Preverano

Los coches, los quads, las motos, los ciclistas, los humanos, las hormigas y otros seres invisibles. Todos reivindicaban el camino y, por ese orden, parecían ser los más poderosos, mientras la autoridad no dijera lo contrario. Estábamos en un camino rural. Era ese tiempo de preverano, ya caluroso. Las más desfavorecidas eran sin duda las hormigas porque además albergaban serias dudas de que autoridad, destino o hada madrina interfieran por ellas. Los ciclistas temían a los quads y a los coches. Los corredores temían a los coches, a los quads y a los ciclistas. Las hormigas ponían todo su empeño en hacer procesiones en sentido perpendicular al camino, de tal forma que sufrían inevitables bajas cada vez que alguien pasaba. Los coches ni se inmutaban, de una sola pasada podían arrasar a más de cien hormigas y, si eran de esas muy pequeñitas y negras que hacen reuniones, a más de mil. Nadie decía nada. Lo mismo sucedía con los quads y las motos: una auténtica matanza de hormigas en cuestión de segundos. Pero ellas seguían allí como si nada, reagrupándose, realizando una tarea primordial, ajenas a las discrepancias de los seres humanos. Los ciclistas sí podían verlas pero parece que no estaba en su sino hacer nada, acelerar, frenar en seco, intentar dar un saltito. Los corredores de footing eran los únicos que podían de verdad dar un salto aunque eso les cambiara el ritmo, un fastidio. Algunos lo hacían, yo lo hacía, pero si miraba al suelo no levantaba la vista para prevenir que viniera a toda velocidad un ciclista, un quads o un coche. La convivencia es compleja. Y eso sin contar los miles o millones de seres invisibles que las hormigas atropellan, a cada rato, con su implacable paso.

Pradillo