Un vegano

A mi los pájaros me gustan. Tan monos, con su piquito y sus ojitos. Mueven su cabecita hacia los lados buscando miguitas. Y dan saltitos, pli, pli, pli. Me los comería, con sus plumitas. Pero esta mañana ha entrado un pajarraco en mi cuarto, por la ventana, me he puesto a gritar y a chillar horrorizada y el animal, más asustado aún que yo, ha empezado a dar vueltas por la habitación, se ha golpeado contra el cristal, se ha posado en el armario, qué angustia, he salido corriendo, he abierto la puerta del piso y he gritado: ¡un pájaro, un pájaro! Ha venido el vecino del B que es bombero, Rico, se llama Rico y está ídem. Yo estaba en camisón, claro y rosita. Me ha preguntado: ¿hay fuego, hay fuego? ¡No!, peor, es un puto pajarraco enorme. Ha ido a su casa corriendo y ha vuelto con un hacha: tu quédate aquí, que yo me encargo, vaya hombrazo. He ido detrás de él, de puntillas, como andan los pajarillos, ha mirado profesionalmente mi cuarto donde, por cierto, había sobre la cama varias mini braguitas que acababa de coger del tendedero. Por eso estaba la ventana abierta y por eso ha entrado el gorrión. Aquí no hay nada ¿qué clase de pajarraco era? No se, un águila, un buitre o algo por el estilo, con garras y ojos saltones, no sabes cómo me miraba desde ahí posado en el armario. Pues parece que se ha ido por donde ha venido. Ay, hijo, gracias, qué amable has sido, no tengo más remedio que invitarte a un te, un roibos digestivo o lo que quieras. Gracias al pajarillo, Rico y yo salimos esta noche. Me ha invitado a cenar en un vegano.

Nati