Las nubes naranjas

Las tardes perfectas en mi terraza, con los pies en alto, viendo moverse las nubes y cambiar de color, como de carácter. Creo que se llevan bien conmigo, porque a veces lucen brillantes y naranjas cuando las miro. Es un amor fugaz, claro, porque siempre vienen y van. Nunca puedes fiarte de una nube para hacer una foto, por ejemplo.

La mejor foto que fui capaz de hacer del cielo en mi terraza fue en la tarde de un otoño extraño, hace un par de años, cuando llovía, hacía sol y viento fuerte, todo a la vez. Sentí como un susurro del viento y me levanté del butacón, apunté con el iPad hacia un cielo enorme, cargado de nubes grandes, esponjosas, como de batalla naval del siglo XVIII. Pero no pude enfocar nada, un desastre. Al poco tiempo sentí otro susurro, esta vez justo a mi espalda, y me di la vuelta. En ese momento el tiempo se detuvo, el viento dejó de batir, la luz del sol brilló perfecta a mi espalda, y me dejó ver un arco iris enorme que se desplegaba en todo el cielo ante mi vista, desde Anaga hasta el mar. Saqué la mejor foto.

Esa foto y esas nubes naranjas tuvieron dueño desde que quedaron atrapadas en la galería de imágenes de mi iPad. Fue sencillo dar las explicaciones oportunas en un texto para mi padre, simple pero directo. Las nubes me llevaron al cielo de los recuerdos que necesitaba sentir para escribirle lo que necesitaba decir. Ya sé que una sala de urgencias no es el escenario más evocador para la épica, pero fue en una de esas salas, un día cualquiera, cuando le enseñé a mi padre la foto. Pude ver el reflejo de las nubes en sus ojos, y en la mascarilla de oxígeno, caída por los elásticos viejos sobre las orejas, un poco sucia, pero necesaria. Al fin y al cabo, de eso están hechas las nubes, no?.

La felicidad que nos dan las nubes es fugaz, pero queda grabada para siempre en nuestra memoria. Mi padre es un artista, un gran pintor de nubes, algo que intentó enseñarme y no pude aprender. Decenas de borrosos ocasos al óleo, con inexplicables palmeras batiendo al viento y un sol lejano, oscuro, como de Apocalipsis nuclear. Eso es todo lo que conseguí. Al menos lo intenté, había que gastar aquella colección maravillosa de tubos de pintura y óleo que mi padre, con más esperanza que buen criterio, decidió regalarme en uno de aquellos tristes y emotivos cumpleaños de mi adolescencia. Aún guardo muchos objetos de escritorio de entonces, compases y plumas alemanas de las buenas, con las que mi padre esperaba alimentar mi vocación por la arquitectura. Sólo consiguió reafirmar mi admiración por su arte y su constancia. Pero lo mío siempre fueron los números.

Y de contar números va el vídeo que les dejo hoy. Es un grupo español, uno que mientras cuenta hasta 10 dice cosas que van directas al corazón. Fito y Fitipaldis sacaron un tema hace ya años que nunca me canso de oír, especialmente cuando dice aquello de:

"No voy a sentirme mal, si algo no me sale bien,
he aprendido a derrapar, y a chocar con la pared,
Que la vida se nos va, como el humo de ese tren
como el beso en un portal, antes de que cuente 10".

Manuel Ortega

Va por ti, va por ustedes.

Antes de que cuente diez