Ya no pienso en escapar

Estoy en el avión, rodando hacia la pista para despegar. Hace calor, apenas acaban de conectar el aire acondicionado. El vuelo va a tope, como siempre, pero hoy pude conseguir un asiento en ventanilla. Me pongo los cascos y apoyo la cabeza, mirando hacia fuera. El avión acelera sin previo aviso e inicia la carrera para despegar, todo tiembla. La gente no para de moverse, hay voces, risas y mucho ruido de fondo. Y entonces ocurre, escuchando en mis cascos el sonido perfecto del piano mientras el ruido se desvanece. Las ruedas se sueltan de la tierra y colgamos del aire. Las líneas blancas de la pista se mueven cada vez más rápido y se alejan de mí. Me relajo y vuelve a la memoria, como un viejo hábito, la fantasía de volar y no volver la vista atrás. De no volver a casa y escapar para siempre.

Siempre me gustó viajar, pero lo que más me gusta son esos momentos en los que soy consciente de estar en un sitio por primera vez y al que, probablemente, nunca volveré. Una calle estrecha que se curva y te desorienta, voces lejanas en un pequeña iglesia muy antigua con la piedra gastada, el sonido de la bicicleta avanzando en una carretera flanqueada de árboles altos, enormes, dejando ver un prado verde al fondo. Disfruto más estrenando lugares nuevos que zapatos con los que caminarlos.

Aprendí a viajar solo de joven aún estudiante, escuchando el silencio ruidoso de las ciudades y la gente. Y seguí viajando después, cuando encontré con quien disfrutarlo. Tomaba notas y guardaba recuerdos que luego mascaba lentamente en tantos momentos vacíos de la vida cotidiana. En aquellos años 90, previos a la prisa e inmediata disponibilidad de internet, pasaba horas infinitas en la cola del banco, el ayuntamiento o la agencia de viajes, mientras recordaba cada detalle del último viaje. Y lo disfrutaba otra vez.

Un día leí la historia de un hombre que subió a un avión y nunca más se supo de él. Era un libro, una novela, que contaba esa historia real y que fantaseaba con la tentación de muchos al respecto. La posibilidad de escapar siempre está ahí, verdad?. A mí me gustaba pensar que mi Profe de filosofía en el instituto se equivocaba cuando decía que "esta sociedad solo tiene dos puertas de salida, la cárcel o el manicomio".

Cuando decidí comprometerme con la mujer que amo y fundar una familia, pensé que un cambio así en mi vida requería un nuevo escenario. Creí que viviría en otro país, lo que parecía muy posible ya que ella es de otro país. Pero no fue así y nos quedamos en "esta isla maravillosa", como tuve que escuchar tantas veces de sus labios. Con los años, los diferentes lugares se han fundido en la memoria de mis recuerdos. Han sido tantas navidades, veranos y buenos recuerdos aquí y allá, que aprecio y valoro por igual los sitios y sus gentes. No es una pose, honestamente disfruto tanto de unas lapas y pescado frito con papas y mojo en casa Paca viendo el sol ponerse frente al roque de Benijos, como de una buena cerveza turbia y tacos de queso gouda viejo con mostaza al borde de un canal en el sur de Holanda. Y aunque esté nublado, con "un sol hereje" como decía el Capitán Alatriste, yo sigo viendo el sol en los ojos de mi amada.

En otra ocasión les hablaré de ese país, especial y distinto de su entorno. Un sitio en el vale la pena perderse, como el holandés errante. Pero por hoy, les dejo con la banda sonora de mi reciente viaje en avión. El tema se llama "Sleeping lotus" y fue un éxito de Joep Beving que llegó al número 1 en Holanda. Disfruten la música sin prisa, saboreando si pueden una buena cerveza. Feliz sábado amigos!, Gelukkig zaterdag vrienden!



Manuel Ortega