Alberto, el alquimista del barrio

"Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse" (Don Quijote de la Mancha).

Los clavos se salen de las paredes. Se caen al suelo los cuadros, se rompen algunos marcos y cristales. También se han roto los espejos del baño. Llamo a mi seguro de hogar, una voz me suministra varias opciones, las voy marcando y la llamada se corta. Es un 902, de pago. Vuelvo a llamar mientras escucho un nuevo estruendo en la cocina. Se han desenroscado los tornillos de los muebles, un desastre, se ha roto casi toda la vajilla, las latas de conserva ruedan por el suelo, joder, se desprende el techo del salón y salgo corriendo. No es un sueño. La portera me dice que parece que va mejorando el tiempo, se cae la lámpara del portal, gritamos, salimos a la calle. La gente va de aquí para allá, vemos cómo los coches se están destartalando, las ruedas ruedan por la carretera. Los rótulos y los toldos se desprenden, llueven clavos, tornillos, tacos, restos de paredes. Pienso que alguien ha activado un potente dispositivo magnético. Abro la boca y sale volando mi férula dental y dos empastes. No es plato de gusto volver a la dentista que me resulta arisca y áspera. Seguro que ahora mismo toda su maquinaria, fresas, discos de pulir, están por el suelo de su consulta. Me río. Llamo otra vez a mi seguro de hogar y vuelve a aparecer la locución, joder con los seguros nunca están cuando los necesitas ¿seguros? Yo creo que más bien son inseguros, seguro que si logro contactar dicen que no cubren alteraciones producidas por super imanes, que está en las condiciones, etcétera, valgan la redundancias. Llamo a mi novia que está en el descampado mirando como su coche se descuaderna, dice. Se pone a granizar, vaya diíta. Pero no son glóbulos de hielo sino pepitas de oro. Entonces me acuerdo de Alberto, el alquimista del barrio.

Kimi