Memoria sexual de una estudiante (24)

Me sorprendió ver, en el lavabo de señoras del hotel Palace, una etiqueta pegada al espejo que rezaba: “Solo para folladoras”, seguido de un teléfono. Era raro ver un cartelito así en este establecimiento. Aunque busconas si que había con cierta generosidad por el hall. Despegué la etiqueta del cristal y me la llevé. Unas horas más tarde, marqué aquel número:

—Hola, si te gusta follar este es tu sitio. Si no es así, pierdes el tiempo.

—Me gusta follar, por eso te llamo –contesté.

Pues a las ocho de la tarde nos vemos en la cafetería del hotel Emperador, en la Gran Vía. Yo te reconoceré…

Tanta osadía me gustaba. Llegué a la cita con antelación, quería otear el espacio. Me senté frente a la puerta de la cafetería para controlar un poco. De momento no vi a ningún hombre solo. Llegó la hora, incluso pasaron quince minutos más y no se presentó nadie. Decidí marcharme y añadir un fracaso más a mi biografía. Pero al abandonar la estancia, alguien se me acercó. Se trataba de una persona de mediana edad, alta, espigada, atractiva, en una palabra.

—¿Eres quien creo que eres? –Me preguntó.

—Me gusta follar –contesté.

Pedimos una habitación y subimos. Ambos pasamos unos minutos por el lavabo y antes de empezar ya tenía la mirada ardiente de sensualidad. Cuando se desnudó me di cuenta de la enorme protuberancia que descollaba. Me desvistió delicadamente, me tomó entre sus brazos y me atrajo fuertemente hacia su cuerpo. Fue entonces cuando percibí su miembro, cuyas gigantescas proporciones, erección y rigidez, me dejaron completamente perpleja. Hacía tiempo que no estaba ante nada igual. Aquel formidable pollón despertó en mí un terrible estado de excitación. Lo agarré con mis manos, lo lamí con mi lengua y me tumbé sobre la cama para que me destrozara completamente.

—Santo cielo –dije—, vaya polla que tienes.

Comenzó a metérmela despacio, entrándola un poco y volviéndola a sacar para volver a meterla con más fuerza hasta que casi me revienta de verdad. Preferí controlar yo y darme la vuelta hasta ponerme encima. Mis movimientos de arriba abajo y de atrás hacia delante le gustaron tanto que se estremeció y entre lamentos entrecortados y gritos histéricos, se pene comenzó a expeler torrentes de espeso y viscoso fluido. Al notar aquel volumen de leche inundando mi coño y corriendo nalgas abajo, también me corrí. Lo desmonté y se la chupé para aprovechar las últimas descargas de aquella jeringa humana.

Momentos de relax hasta que el hombre me preguntó:

—¿Estas preparada para un nuevo ataque?

—Por supuesto soldado, adelante…

Cumpliendo la orden, el hombre introdujo su gigantesco pene en mi vulva que ahora estaba tan chorreante que ya no hubo ninguna dificultad para meterlo todo a la primera. Yo volvía a estar encima, cabalgando a mi antojo, disfrutando de aquel paraíso de lujuria. Mi pasión aumentaba por momentos y las embestidas del hombre me espoleaban hasta la locura hasta que, finalmente, profiriendo un grito de placer sumo, me corrí al tiempo de sentir nuevamente su caliente emisión que volvía a inundar mi vientre. Cuando recupere el aliento le dije:

—Soy Carolina ¿y tú?

—Teodosio, mi nombre es Teodosio.

Os podéis imaginar que la noche siguió con profundas manifestaciones de placer, traducidas en gritos y contorsiones.

Ángel Alcalde

Veinte primeras entregas

Entrega 21

Entrega 22

Entrega 23