Memoria sexual de una estudiante (26)

Los dos amigos de Teodosio no tenían tan buena planta como él, pero eso a mí nunca me importó. Prefiero la inteligencia a la belleza sin más. Uno de ellos sacó de una mochila varias botellas de vino de una cosecha rara y añeja. Bajo la influencia de aquellos caldos empecé a calentarme.

Los hice desnudar a los tres y los senté en un borde de la cama. Comencé a acariciar los tres penes hasta que estuvieron listos para entrar en acción. Luego los fui chupando intermitentemente hasta que elegí a uno de ellos para el primer polvo. Se trataba del menos afortunado físicamente. Me tumbé sobre la alfombra y lo invité a que tomara posesión de mi cuerpo.

Ni un minuto tardó en empezar a lanzar aullidos que más se asemejaban a los lamentos de una bestia salvaje que a las exclamaciones surgidas de pulmones humanos, para acabar expeliendo todo su semen en mi cavidad.

Me incorporé sobre mis rodillas y me puse frente al miembro de mi segundo amante. Seguí dejando a Teodosio para el final. La polla que ahora tenía en mis manos y en mi boca, era algo mayor que la primera, pero nada comparado con la que me esperaba. Empecé a succionar con toda mi pasión ya que mi excitación crecía y crecía. Pronto llegó la emisión del primer chorro de leche a mi garganta. El fluido era tan espeso y cálido como abundante y, chorro tras chorro, me lo fui tragando todo. Yo ya estaba apunto de correrme y le pedí que me comiera el coño hasta que lo conseguí.

Llegó el turno de Teodosio y me dijo que empezaría por el templo de Sodoma. Lo lubricó con el semen que encontró por los alrededores de mi vagina, me tomó en sus brazos, me depositó sobre el colchón y empezó a disponer apuntando la cabeza de su tieso miembro hacia mi preciado culo, que ya presentía el dolor inicial del ataque.

—Teodosio, piedad, no seas brusco…

Me hizo caso y trabajó a cámara lenta. La volví a sentir en toda su longitud y sus movimientos acompasados con los míos se mantuvieron durante un buen rato. Nos corrimos al mismo tiempo y fue un orgasmo de los que consagran a quien lo hace posible.

Más muerta que viva, volví al vino con la esperanza de recuperar fuerzas. Ya muy entrada la noche, solo volví a aceptar otro ataque de Teodosio. Sus amigos se conformaron con masturbarse viéndonos a nosotros en acción. Yo lo cabalgaba lentamente al principio y locamente al final, gozando de las vigorosas arremetidas con que me llevaba a la gloria. De pronto, exhalando un profundo suspiro, Teodosio llegó al final y volví a tener mi sexo invadido por la leche. No pude resistir más y me corrí abundantemente, mezclando mi derrame con el de mi empalador.

Ángel Alcalde

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