Memoria sexual de una estudiante (31)

No lejos de mi casa, en la Plaza de Bilbao, está el Café Comercial. Allí me sentía cómoda. A veces iba sola, otras con Julia. Me gustaba permanecer en aquel sitio largos ratos, casi siempre en silencio. Por ahí circulaban hombres y mujeres muy extraños. A mi me parecían lo mejor de cada casa. Eran poetas, actores, escritores, pintores y estudiantes. Todos ellos tenían algo en su comportamiento que, posiblemente, tiempo atrás no me habrían llamado la atención. Pero ahora me gustaba mezclarme con ellos, disfrutar de sus tertulias, aprender las grandes frases que salían de sus labios.

Cuando Julia llegó, nos tomamos tranquilamente unas cerveza y de pronto la asalté con una pregunta:

—¿Cómo fue tu primera vez?

—Ay, si yo te contara…

—Es tu oportunidad…

—Fue con el hijo de mi portero. Me veía con buenos ojos y me decía cosas impropias para unos oídos de catorce años. Él acababa de cumplir los dieciocho cuando me abordó al salir de casa y me dijo que si quería estrenar su coche recién comprado gracias a un décimo de lotería premiado. Subimos y nos fuimos a los aledaños del río Manzanares, a su paso por el puente de Praga. Aparcó y, sin salir, pasó su brazo en torno a mis hombros y empezó a besarme una y otra vez. Al principio sin lengua, después me la metió hasta la garganta.

—¿Y luego?

—Me gustó el asunto. Me dejé hacer todo lo que quiso. Yo no tenía ni idea de nada, pero estaba tan caliente que creo que hasta llegué a perder el conocimiento. Me chupó los pezones que entonces apenas se insinuaban en mi pecho, me quitó las braguitas, me acarició y me metió el dedo pulgar, con sumo cuidado para no dejar señales, sabía que aquello era peligroso. Al final se sacó la polla, me hizo que se la cogiera y me enseñó a hacer pajas. Cuando se corrió me pidió que se la besara y que se la chupara un poco. Estuve reticente, pero lo hice. Cuando me la metí en la boca, sentí que exhalaba un aroma muy sensual, que me gustó. Volvió a eyacular, ahora en mi boca y mi cara y me masajeó con sus manos y su leche, mi cara y mis pechos. Luego volvió a mi pequeño coñito y se las arregló para ponerme en una posición en la que podía chuparlo y otra vez me hizo sentir cosas hasta ese momento desconocidas para mí. Cuando me devolvió a casa me rogó silencio total sobre aquello. Y lo he cumplido. Eres la primera persona a la que se lo cuento.

—¿Pero no hubo continuidad?

—No. Yo creo que se asustó. Nunca más me lo volvió a proponer.

Ángel Alcalde

Treinta primeras entregas