Paco y Cristiano

Había sido un buen partido. Era nuestro primer enfrentamiento. La técnica de Paco era mucho mejor que la mía pero yo atesoraba muchas más horas en la pista lo que me permitió ir sumando juegos, remontar el primer set e ir por delante en el segundo. En los descansos hablábamos del tiempo, de la presión del cordaje o de lo complicado que resulta lavar los calcetines sucios por la tierra batida. Cuando acabamos, sobre las doce del mediodía, entraron en la pista un entrenador con su cesto de pelotas y tres chavales jóvenes. El que había sido mi contrincante se dirigió así a uno de ellos al que no conocía da nada:

- ¡Qué, a jugar a las doce de la mañana ¿no?! Y vendrás todavía con los ojos pegados, seguro que anoche anduviste de copas hasta las tantas y te ha costado levantarte, vaya horas, así se puede entrenar al tenis como un señorito, luego, el aperitivo, la siesta con la novieta y ¡hala!

Escuchaba yo la charla, alucinado con el compañero, probablemente molesto por haber perdido el partido. Intervino entonces el entrenador:

- ¡Ese no te entiende nada, es extranjero!

- ¿De dónde?, preguntó Paco.

- Es alemán y no entiende una palabra de castellano.

- Joder...

El alemán parecía en efecto estar ausente del fondo del asunto. Era un tipo majo que, por fortuna, no había entendido nada de lo que le dijo mi ex contrincante. El chaval había sacado la raqueta de la funda y daba golpecitos en las cuerdas con la palma de su mano. Entonces se dirigió a Paco y le dijo en un pésimo español:

- ¡Cristiano Ronaldo!

Kimi