DCLM.ES · Castilla-La Mancha · Educación y Cultura
Hoy los grupos partimos por separado. No ha sido posible conciliar las fechas con nuestros colaboradores y amigos, Héctor y Noelia, una eventualidad que comprendemos que de vez en cuando va a ocurrir dada la separación geográfica y las muy distintas condiciones laborales que nos limitan a cada cual. Así que hemos tenido que compartir nuestras impresiones a posteriori, algo nada difícil, por otro lado, dado que los pensamientos coinciden y se aúnan al solo éxtasis de la imagen y la contemplación. Y esta tarea la cumplen a la perfección las fotografías de Héctor, ventana incondicional a los espacios que visitamos.
Mi grupo es heterogéneo. Son amigos poco versados en estos temas, pero interesados por conocer. Por eso partimos temprano hacia Daimiel con el objetivo de realizar la visita guiada a la Motilla del Azuer, una actividad que desde hace algunos meses promociona el área de cultura del Ayuntamiento local.
Pero quizá lo primero que cabría hacer en esta nueva entrega sería explicar al hipotético lector qué son «las motillas», y más concretamente qué supone eso que se ha venido en denominar como «Cultura de las motillas». Aunque para ello tendremos que remontarnos mucho en el tiempo, tanto como casi cuatro mil años atrás, porque allá por el lapso del 2250 al 1850 a.C., fue cuando se produjo un evento climático, registrado a escala mundial, caracterizado por una aridez extrema que en nuestro territorio produjo un fortísimo aumento de las temperaturas y una regresión importantísima de pastos y niveles de agua. Ello motivó la desaparición de los cursos de agua superficiales y el descenso de los niveles freáticos, lo que conllevaría, necesariamente, una inevitable adaptación socio-ecológica de los pobladores a las nuevas condiciones que les imponía el medio natural, mientras que las actividades agro-pastoriles tendrían que modificarse para ser ejercidas en un medio hostil. Pero… ¿cómo pudieron hacerlo?... ¡Esa es la cuestión!
En la Mancha estamos acostumbrados a ver una serie de montículos artificiales localizados mayoritariamente en las vegas de los ríos o en las zonas palustres. Destacan como anacronismos frente a las extensas llanuras. Son las «Motillas»; construcciones, al parecer, de carácter defensivo, dotadas de torre y fuertes murallas de contención. Pero… ¿cuál es en realidad la verdadera razón de la génesis de estas construcciones que han sido capaces de caracterizar la región, llegándose a hablar de un «Bronce manchego» particular?
Hay que decir que las primeras excavaciones asignaron a estos yacimientos un mero papel de túmulos funerarios sin una gran importancia arqueológica. Pero posteriormente y tras la incorporación a las investigaciones del equipo de arqueología de la Universidad de Granada, dirigido por los catedráticos Fernando Molina y Trinidad Nájera, las teorías de interpretación han ido variando a tenor del avance de las excavaciones, superando las primeras interpretaciones para considerarlos, en una fase más avanzada de investigación, como emplazamientos fortificados, centros de poder social y económico-administrativo, que en determinadas ocasiones podían actuar como puntos defensivos en cuestión. Así parecía corroborarlo la existencia de su imponente torre, sus prácticamente inexpugnables murallas y las armas encontradas en su interior. También constituirían un enclave económico: la presencia de silos donde se almacenaban bienes básicos para la subsistencia lo corrobora; lo mismo que se corrobora que fueron lugares donde se vivió y se murió: zonas de hábitat e inhumaciones se han encontrado superpuestas. Por ello, la llegada a la Motilla del Azuer siempre resulta espectacular.
«Según el autobús se va acercando al recinto cerrado donde está la motilla, su silueta se recorta sobre la planicie como un castillo. Pero no es un castillo; es una construcción mucho más extraña: el guía nos advierte de que hay más pirámides en Egipto que motillas en el mundo. Estamos, sin duda, ante una construcción que bien merece una de nuestras visitas dedicadas a lugares únicos, diferentes, evocadores, cargados de historia que descubrir y valores que conservar.
La visita comienza en Daimiel, donde visitamos el museo comarcal y donde tenemos una perfecta introducción sobre el entorno que vamos a visitar. Luego recorremos en autobús los diez kilómetros que nos separan de la motilla. Rodeada por los surcos de los campos de cultivo, de tierras llanas y secas, a escasos metros de un río que fue caudaloso y hoy está encajonado y domesticado, aparece esta construcción como una montaña desorientada. Vista desde el aire, parece una nave espacial: redonda, con cámaras, pasillos y núcleos. Es una joya perfectamente restaurada, rehabilitada y sabiamente explotada, con visitas limitadas y guiadas. Un ejemplo del buen hacer».
En La Mancha existen treinta y dos motillas constatadas. No es un número cerrado, pues en cualquier momento podría descubrirse un nuevo hallazgo. Constituyen un bien escaso y un elemento excepcional de la Prehistoria mundial. Son yacimientos arqueológicos presentes en la región natural de la Mancha, considerados como el elemento principal de la sociedad más antigua capaz de captar agua subterránea a escala regional en el continente europeo durante las edades del Cobre y Bronce.
«Resulta fácil plasmar la claustrofóbica sensación que producen estos imponentes muros de piedras. Me falta un gran angular más potente, y me encantaría tener un “ojo de pez”. Pero me conformo con este 28 milímetros. Los planos hoy son básicamente generales. La fotogenia está garantizada.
Rodeamos la construcción y vemos algunas excavaciones externas antes de acceder al interior por una pasarela. Los pasillos forman un auténtico laberinto que vamos recorriendo asombrados. La labor defensiva de estos recovecos es evidente. Me es difícil recrearme en alguna toma, pues todo es tan estrecho que molesto en cuanto me paro en alguna esquina, y tengo que estar pendiente del deambular del resto de visitantes para no taponarlos. Así que tengo que actuar rápidamente cuando veo un encuadre interesante
Subimos y bajamos por diferentes secciones que cumplieron diferentes funciones. Algunos muros se han venido abajo y han tenido que ser apuntalados. Otros, reconstruidos. Se ven refuerzos en los más inclinados, y comprobamos una ingeniería de unos dos mil años de antigüedad, fruto tanto de la planificación como de la improvisación ante los problemas que se iban presentando a lo largo de los años».
Las diversas excavaciones han descrito las motillas como fortificaciones ubicadas en zonas llanas, de planta tendente al círculo, con doble o triple zona de muralla, y en ocasiones con una torre central. A su alrededor pudo desarrollarse un poblado exterior de cabañas que se extendería sobre un radio aproximado de cincuenta metros. En varias de las motillas se identificó, inicialmente, un gran patio central.
Pero han sido precisamente esas investigaciones más actuales, centradas en el gran patio central, las que han permitido identificar el lugar donde se abre un profundo pozo que perfora la roca hasta alcanzar el nivel freático del acuífero (en aquella época, para la motilla del Azuer, se situaba a unos veinte metros de profundidad). Todo ello, junto con los patrones derivados de su situación sobre los acuíferos, y proximidad del nivel freático, es lo que ha dado lugar a un nuevo y parece que definitivo giro a la interpretación arqueológica de estos monumentos. Probablemente estas fortificaciones surgieron para proteger y defender la posesión del agua de dicho pozo en un largo periodo de especial aridez. Después irían tomando otras relevantes funciones de orden económico-social y de jerarquía orgánica y de dominio político-militar.
Las «Motillas» de la Mancha constituyen, pues, los pozos más antiguos de la Península Ibérica y datan de un periodo que manifiesta la estrecha relación de las sociedades asentadas sobre estos territorios, desde sus más antiguos poblamientos, con los niveles freáticos del acuífero subterráneo. Esto es, en la Mancha, las relaciones de sus sociedades con las aguas del acuífero 23, evidencian más de cuatro mil años de antigüedad. Un patrimonio que todos los manchegos deberíamos conocer, dado que explica por sí mismo el porqué de muchas de las cuestiones relacionadas con el agua en la región, y además suponen un atractivo turístico, cultural y educativo de enorme valor potencial. ¡Lástima que no se esté utilizando adecuadamente! Pero claro, en la Mancha, como pedirle peras al olmo semejante pretensión.
El sol es implacable. La Mancha en estado puro: tierra, calor, ingenio, piedra… y agua. El final de la visita es la estrella: un agujero en la tierra de varios metros de profundidad. Es el pozo de agua más antiguo del que se tienen noticias en España. Las escaleras bajan sinuosas y se pierden en la misma agua. Nos explican, y vemos más tarde en el museo en diversas fotografías, que el pozo sigue vivo: el agua sube y baja según el inestable nivel freático. En ocasiones aumenta tanto que la zona se inunda y la visita es imposible. No es el caso, y podemos finalizar el recorrido saliendo por unas sinuosas escaleras que nos llevan de nuevo al autobús. Justo enfrente, una impresionante pared, auténtica muralla, de doce metros de altitud. Auténtico monumento funcional, belleza útil».
Y esta es, a grandes rasgos, toda esa formidable herencia que demuestra y asevera el nexo ancestral de las sociedades más antiguas que poblaron la cuenca alta del río Guadiana, con el agua de sus acuíferos subterráneos. Relación milenaria con las aguas subterráneas que nosotros, la generación actual, en unas pocas décadas hemos puesto en la picota con el mayor desparpajo y la mayor apatía y frialdad. Y es que a lo mejor lo que deberíamos hacer es conocer más y mejor nuestra propia tierra, y dejar a un lado tanto provincianismo global de viajes por el mundo, cuando ni siquiera tenemos tiempo para visitar Las Tablas o la Motilla del Azuer. ¡Y claro, así nos va!
Mariano Velasco (escritor, doctor en Ciencias Políticas y Sociología, y presidente de Asociación Ecologista para la Defensa del Acuífero 23 (AEDA 23), con fotografías y comentarios de Héctor Campos; periodista, escritor y fotógrafo.
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