MANUEL JULIÁ.- De rebajas y mormones

A falta de insignes personajes del espectáculo ha amenizado la toma de posesión de Trump un coro de mormones. Los busco en las fotos y no los veo aunque no me hace falta, pues esta mañana, en la peatonal, mientras husmeaba por las rebajas buscando camisas, que es el único vicio que me queda, se me acercó uno. Dios está contigo hermano me dijo. Como inciso he de decir que las camisas y los libros son mi debilidad. Mientras otros buscan sellos o chapas de refrescos yo lleno mi armario de camisas y mi estantería de libros (mi mujer dice que no sabe dónde narices va a colocarlos). Pues eso, que mientras pensaba en la magnanimidad de los mormones, al ponerle música a Trump, tenía allí a uno diciéndome que Dios estaba a mi lado. Y entonces miré enseguida a mi mujer. Pero para deshacer el entuerto el mormón me dijo que no era ese dios al que se refería, sino el que descubrió José Smith en 1838 por medio de una revelación.

Ante mi silencio (ella se había ido a un escaparate a mirar faldas) el mormón siguió dándome doctrina. Me dijo que Dios instruyó a José Smith para que la iglesia que iba a crear se llamara La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Seguro que esperó le preguntará porqué los últimos días, pero como de joven fui vendedor de libros era consciente de que la mejor manera de defenderse de un vendedor es no preguntarle lo que espera. Si entras en su juego le das pie a que te relate el catálogo, y yo había salido a comprar camisas y no a que me vendieran el Libro de Mormón. Así que hice un gesto mirando a mi santa, que devoraba con los ojos el escaparate, y le dije que debía ir a su lado.

Sin embargo no quise alejarme sin preguntarle por su pensamiento sobre Trump. Le dije que era periodista, y como puso cara de angustia, le aclaré que solo escribía del Valle de Alcudia. Esto lo tranquilizó, lo que me dio pie a preguntarle por el artículo publicado por McKay Coppins en The New York Times hablando de la ferocidad de los mormones contra Trump por sus desordenes morales. Por tanto le espeté que no entendía por qué le habían cantado a Trump. El mormón puso gesto extraño. Como si yo fuese un tipo raro. Llamó al compadre. Dios es amor me dijeron ambos con una sonrisa Mary Poppins. ¡Y Trump es el diablo!, les contesté, así que no entiendo qué narices hacéis poniéndole coro.

En tanto se acercaba mi mujer con cara de mala leche. Al verla echaron a correr. Quizá pensaron que ahora sí se acercaba el verdadero diablo. Llegó mi santa y me dijo que siempre me estaba enrollando. Luego me tiró del jersey hasta llevarme al escaparate. Los mormones dejaban atrás los soportales. Trump celebraba su victoria como un boxeador victorioso. A su izquierda Obama tenía la mirada perdida… 

Manuel Juliá