La España del "Quijote"

En relación la primera consideración planeada, es de destacar que, como de todos es sabido, Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares el 29 de septiembre de 1547 y falleció en Madrid el 22 de abril de 1616. En consecuencia, no pudo ver el proyecto de Olivares gestado unos años más tarde conocido como la Unión de Armas, por el que el rey Felipe IV convocó a principios de 1626 las Cortes del Reino de Aragón, que se reunirían en Barbastro; las Cortes del Reino de Valencia, a celebrar en Monzón, y la Cortes Catalanas, en Barcelona. Ciudad en la que el Monarca hizo su entrada triunfal el 26 de marzo de ese año y al día siguiente juró las Constituciones Catalanas.

Asimismo, no pudo ver la subsiguiente guerra que sufrió Cataluña, al desatarse la confrontación entre España y Francia a partir de 1635; las revueltas que se produjeron entre 1640 y 1642 a consecuencia de los desmanes que todo conflicto genera, ni la posterior firma del Tratado de los Pirineos en 1659 por el que Cataluña perdió el Rosellón y la mitad de la Cerdaña, territorios que pasaron a la monarquía francesa.

En aquellos momentos, las distintas zonas que componen la actual España tenían sus tradicionales libertades y reconocidas sus diversidades. Con la Unión de Armas, el Monarca pretendió uniformizar las leyes e instituciones de sus reinos; sin embargo, esta medida no se hizo para unificar territorios, ni para el bien general de los súbditos; sino para tratar de paliar la decadencia de Castilla, provocada por tanta guerra inútil y la insuficiencia de los fondos provenientes de América. Con esta providencia, se pretendía que las cargas de la Monarquía fueran compartidas por el resto de los reinos, tratándose de imponer, de paso, las leyes castellanas al resto de los territorios para asegurar que el poder real fuera más efectivo.

Unos años antes, Cervantes hizo deambular a don Quijote desde Sierra Morena a Barcelona, recorriendo tierras extrañas, ya que el concepto de España estaba por entonces lleno de ambigüedad, como precisa el historiador Antonio Domínguez Ortiz en el Prólogo de la inmortal obra dirigida por Francisco Rico y editada en 2004. De un lado, lo desbordaba una vasta entidad, el Imperio, o, como vulgarmente se decía, la Monarquía; de otro, se descomponía en una serie de unidades diversas y mal engarzadas, que tenían sus propias leyes, instituciones, monedas e, incluso, fronteras aduaneras.

El escritor en su obra maestra no cita la palabra “país”, utilizando, en cambio, con frecuencia la de “patria”, pero en un sentido muy distinto al actual. En ocasiones, para referenciar a una zona concreta, como al referirse a Dulcinea: “su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha”. Otras veces, en alusión a la localidad natal, como se aprecia cuando Cardenio precisa su origen: “mi patria, una ciudad de las mejores d’esta Andalucía”, o cuando le respondió un caballero a Don Quijote: “voy a Granada, que es mi patria”. De la misma manera, utiliza de forma conjunta “patria y tierra” para señalar un lugar o demarcación que identifica el origen de una persona, figurando igualmente frases como: “salí de mi patria, empeñé mi hacienda”, o “salí de mi patria a buscar en reinos extraños”.

Cervantes utilizaba también en ocasiones la palabra “nación” para referirse a un colectivo determinado, como a los moriscos que vivieron en España con identidad propia. Tras su muerte, la situación territorial no mejoraría, y no imagino la cara de nuestro inmortal caballero hablando con el Bachiller y el Cura sobre una larga y dura Guerra de Sucesión a principios del siglo siguiente por la disputa de la Corona española entre los Austrias o los Borbones franceses, quedando Gibraltar en poder de los ingleses, o las disquisiciones de Don Quijote con Sancho sobre la posibilidad de que Andorra llegase a ser un país soberano.

Por otro lado, Cervantes referencia en su libro a las “Españas”, en clara alusión a una diversidad territorial que ahora parece olvidada, pudiéndose citar: “El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas”. Asimismo, nuestro querido escritor podría haber visto en pleno siglo XIX alusiones a los monarcas españoles como “Rey de las Españas e Indias”.

A la vista de lo expuesto, estimo que no son acertadas las comparaciones entre la España de Don Quijote y la actual para tratar de hacer una defensa, aunque sea bienintencionada, de una pretendida unidad territorial en estos momentos, ya que no se pueden equiparar dos situaciones temporales diferentes que no son extrapolables, teniendo en cuenta que extrapolar consiste en aplicar un criterio conocido a otros casos similares para extraer conclusiones o hipótesis.

En cambio, “El Quijote” es un escaparate donde magistralmente se exponen los numerosos males y vicios de aquella época, que con el repaso de la Historia se aprecia, tristemente, que son las espinas y hojas perennes de la maleza que cubre el lúgubre bosque nacional. Nuestro inmortal caballero no pudo con ellos, al igual que con los molinos de viento.

Pero no solo luchó Don Quijote, Cervantes pone en la palestra también a otros personajes y nos da una lección de amor a España a través de Ricote, el morisco expulsado, un exiliado al que cariñosamente le señala como peregrino. El universal escritor muestra una especial sensibilidad hacia los exiliados, en los perdedores, si bien, como diría, vencedores de sí mismos; pero que, como otros muchos Quijotes, no han podido con esos males nacionales descritos por Cervantes y que tantos alejamientos de la madre patria han provocado a lo largo de los años: por cuestiones religiosas, por guerras civiles, por el hambre que obliga a emigrar, por la necesidad de poder investigar al no haber medios ni trabajo para toda una generación a la que la crisis ha hundido, etc.

España es un país de Quijotes, pero también de Sanchos: “Come, Sancho amigo –dijo don Quijote-: sustenta la vida, que más que a mí te importa, y déjame morir a mí a manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo y tú para morir comiendo”.

En relación con nuestro pasado, se aprecia cada vez más, y sin rubor, muchos silencios y olvidos en ese cambio edulcorado que se quiere hacer de la historia de España. El creador de Don Quijote nos ayuda en esta cuestión, precisando: “habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la aflicción no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”. A la vista de las enseñanzas de Cervantes, parece razonable deducir que son esos males que describe en su obra de referencia los que se deben poner claramente de manifiesto en la historia de España para tratar de erradicarlos y poder tener así un mejor futuro.

En estos momentos en los que parece que la cuestión territorial es el principal problema de España para algunos, quisiera terminar recordando las siguientes palabras que nuestro inmortal escritor puso en su inmortal obra a través del verdadero Don Quijote para tratar de suavizar el crispado y disparatado ambiente que se está creando: “y así me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única”.

Julio F-Sanguino Fernández