Pocahontas

Un día nos abrazamos en un callejón, yo quise robarle un beso y ella estuvo a punto de llamar a la policía. Fresca y melancólica, primero pensé que se llamaba DT, siglas que me recordaban a una firma comercial como Dolores Promesas, pero luego supe que su verdadero nombre era Pocahontas, la hija mayor del jefe Powhatan de la confederación algonquina.

Por aquellos laberintos, que hoy recorro con cierta lejanía ecológica y pavor humano, su presencia brillaba entre otras aunque ahora pienso que se deslizaba arrastrando parte de una sombra desconocida y espero que ya del todo abandonada. Otro día me invitó a cenar en su tribu de Virginia, procesionaria y ensalada de nenúfares, yo andaba confundido porque desconocía el protocolo, me retrasaba un poco, miraba como colocaban los gusanos sobre las hojas que luego envolvían en forma de canutillo. Llegada la noche tocaron los tambores, me  pintaron la cara, danzamos y se puso a llover intensamente, tanto que todo se llenó de barro y el poblado quedó prácticamente arrasado. Me trasladaron en una lancha de juncos a la mañana siguiente, me compré una brújula y orienté mi vida de la mejor forma que pude, al dictado de la experiencia vivida y la razón tantas veces ignorada. Busqué en vano a Pocahontas en las redes sociales y dije bueno hasta que un día me la encontré sentada de espaldas, elegante y de peluquería. Hablamos unos minutos. Ahora recuerdo también que en aquellos tiempos llevaba yo un centro de mesa sobre la guantera de mi coche, con piñas, flores secas y algunas pequeñas semillas de color naranja. 

Kimi