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I.
Qué testimonio puedo ofrecer de mi vida, sino los propios de un hombre que se metió dentro de una botella sin barco dentro.
Amanecí la mañana del 15 de marzo con el cuerpo tirado en la calle de Montserrat. Frío, solo y sin apenas saber quién era. A mi lado, sin peces, un estanque de vómitos ahogaba las pocas palabras que apenas podía balbucir.
Para cuando recordé mi nombre, ya eran las nueve y media. Me levanté de la acera y a duras penas, me puse de pie con esa dignidad pérdida que roban los ojos de los que existen a tu lado.
El portero del Tres, dueño de esa porción de acera que otorgan los ácaros muertos por la lejía "Conejo" y conocido desde hace años por haber compartido de vez en cuando un pitillo o unas miradas a algún culo digno de ser amado, se acercó a mí embutido en ese mono azul que tanta pena da a las madres.
- Pero, hombre de Dios ¡Otra vez! ¿Es que usted no aprende? Ande, déjeme que le ayude, que casi no se tiene en pie.
No sé cuantas veces me cagué en la puta madre de aquel gilipollas lleno de cremalleras, antes de que me dejara pegado como un sello al portal de mi casa.
- Bueno, pues aquí le dejo bien situado ¿Las llaves de su casa las tiene verdad?
- Me cago en tu puta madre.
- Está bien. Entiendo que eso es un sí. Échese en la cama, tómese un Ibuprofeno y duerma un rato.
Iba a volver a cagarme de nuevo en su pobre pero puta madre más decidí ahorrar energías al ver que Servando, que así se llama el segoviano portero del tres de la calle Montserrat, giraba a toda velocidad la esquina, haciendo prácticamente inaudible mi piropo.
II.
Desperté en mi cama, completamente desnudo y empalmado. A mi lado derecho, una joven entrada en carnes, dormía profundamente. Se la notaba feliz y satisfecha. Espatarrada como un compás y también como Dios la trajo al mundo, mostraba sus lechosos encantos con una adorable inocencia.
De modo que, con el poco sigilo que otorga la resaca, conseguí situarme sobre ella e introducir la minga en aquella jugosa y melífera vagina. La muchacha seguía como un tronco, así que, emocionado, aumenté la cadencia de mis caderas. Ella gemía en sueños, murmuraba palabras sin sentido, se acariciaba los pechos hasta hacerlos crecer de tamaño.
Cinco segundos antes de correrme, ella abrió los ojos clavando su verde mirada en el inminente acontecimiento que iba a tener lugar.
- ¡Córrase, córrase, don Luis! ¡Por la Cruz Roja! ¡Córrase!
A mí no había que alentarme mucho, pero fueron aquellas sinceras palabras las que acabaron por hacer de aquella eyaculación algo soberbio, único.
Después, sudando como un pollo, caí sobre la cama al lado de mi gordita follona, encantado de haber nacido.
Tras unos minutos de silencio mirando al techo, la curiosidad de saber qué hacía aquella beldad de ochenta kilos en mi lecho, me hizo abrir la boca:
- Oye, menudo polvazo, ¡Eh! Por cierto ¿Tú quién eres?
- Soy Julia, don Luis ¿No se acuerda? La chica de la Cruz Roja.
- Joder, pues no me acuerdo. Espera que voy a echar una meada y cuando vuelva me sigues contando.
Que bien se siente uno meando después de sentirse follado; el orín huele a hembra, a cama deshecha, a revuelto de gambas.
De regreso al dormitorio, Julia ya estaba vestida; hasta se había puesto un chaleco naranja con una enorme cruz roja a la espalda. Y fue en ese momento que, como de un ladrillazo en la cabeza, el pasado regreso a mis sesos:
Con la bolinga que llevaba, me costó Dios y ayuda, meter la llave en la puerta del portal y hacer que esta girara hacia el lado correcto. Después lancé mi cuerpo al ascensor y pulsando el quinto piso, quedé en estado vegetativo hasta que, al llegar al cuarto, el ascensor se detuvo, entrando una chavala bastante maciza vestida de voluntaria de la Cruz Roja.
- Buenos días, caballero ¿Sube o baja?
Creo que me cagué en su puta madre. Todavía seguía con esa frase clavada.
- Yo voy para el quinto, a ver si alguien quiere hacerse socio allí.
- Yo soy el único vecino que vive en el quinto, guapa.
- ¡Ah, que bien! Entonces mi viaje no es en balde. Si me permite que le cuente las ventajas de...
- Mira, niña, lo único que haría que yo me hiciese socio y te digo más, socio VIP, sería que me dejases disfrutar un rato de ese cuerpo serrano que tienes, pero como eso va a ser del todo imposible, pues ni socio, ni pollas en vinagre.
- Mire, señor....
- Luis, me llamo Luis.
- Pues mire, don Luis, si con eso usted se hace socio VIP, que por mí no quede. Puede disponer de mi cuerpo a su voluntad; pero después ya sabe ¡A cumplir con lo pactado, eh!
Al oír todo aquello, fue tal mi sorpresa que me entró una tos nerviosa imposible de aplacar. Yo sólo quería quitarme de encima aquella muchacha y ahora, ahora no sólo podría follarmela, sino que además sería socio VIP de la Cruz Roja.
- Pues está bien. Trato hecho ¿Nos damos la mano y cerramos el trato?
- No hace falta, don Luis, me fío de su palabra. Parece usted un alcohólico, pero tiene cara de buena persona, con eso me basta.
El ascensor llevaba ya varios minutos en el quinto con nosotros dentro, de modo que salimos al descansillo.
- Abre tú la puerta, que es que yo no tengo buen pulso en este momento.
- Ande , deme la llave que yo me encargo ¿Y lleva mucho tiempo dándole al alpiste?
- Pues, hombre, poco no llevo. Tengo 53 años, calcula que unos 20. Empecé más o menos, cuando se me murió Berta...
- ¡Ay, pobre! Su mujer, claro.
- No, una preciosa Golden retriever que era la luz de mis ojos. Un encanto de perra; nunca me he casado, ni arrejuntado, con Berta ya tuve bastante. Anda, abre ya la puerta, que me están entrando ganas de cagar.
-Voy, voy. Hijo, cualquiera piensa que dentro de un rato vas a poseerme ¡Te ducharás! Es lo único que te pido.
No respondí, aunque pensaba hacerlo; más que por la guarrería, por quitarme la caraja que llevaba encima.
III.
Entramos.
La muchacha dio tres pasos y escaneó con un plano secuencia todo lo que se podía ver de mi casa.
- Oiga, don Luis, tiene usted una casa la mar de mona; pequeña pero de techos altos , luminosa, bien situada; me gusta todo salvo los muebles; no pegan con el color de las paredes.
- Oye...
-Julia, don Luis . Me llamo Julia.
- Vale. Pues Julia ¿Tú has venido aquí a hacerme socio VIP de la Cruz Roja, o a escribir un artículo para "Casa y Jardín"? Mira, al final del pasillo está mi dormitorio. Ve para allá y espérame, que voy a quitarme la mierda que llevo encima en todos los sentidos comprensibles.
- De acuerdo, don Luis. Aguardaré expectante su regreso, limpio y aseado.
- Eso, tú vete poniendo cómoda, que yo vuelvo en un momento.
Pensé que una buena ducha me pondría a tono para el agradable momento que me aguarda, que hacía más de un año que tenía la pirindola de adorno, pero muy lejos de eso, entre la previa cagada, el agua caliente y el baño turco que se formó en el baño, salí con una relajación tal que solamente quería tumbarme en la piltra y dormir.
Al llegar al dormitorio, contemplé extasiado los renacentistas volúmenes de Julia, que ya desnuda sobre la cama, mostraba sin pudor alguno sus muchos y femeninos encantos.
Preso de un momentáneo frenesí, me quité la toalla de la cintura y salté sobre Julia, que me recibió con los brazos abiertos.
- Bueno, bueno, don Luis ¡Que fogosidad! Ande, déjeme que le ponga un poquito a tono.
Me tumbó boca arriba sobre la cama y tras una serie de besos y caricias previas, Julia agarró mi cacharro e inició un "Carpanta" digno de la antología del vicio. Me empalmé, por supuesto que me empalmé, pero es que aquella postura era tan cómoda y yo estaba tan echo polvo, que no pude más y me quedé dormido en plena mamada ¡Que vergüenza!
IV.
- Bueno, don Luis, la primera parte del trato ya se ha consumado. Ahora le toca a usted ¿Recuerda? Convertirse en socio VIP de la Cruz Roja.
- Eh, claro, claro, por supuesto Julia. Vayamos al salón y sentémonos en la mesa. Allí, más cómodos, me vas explicando.
- Muy bien ¿Pero no va a vestirse?
Me miré en espejo del armario. Ya no recordaba que estaba en pelotas. Me gustó verme así.
- No ¿Para qué? La casa está calentita y tú, bueno, ya hay una cierta confianza ¿Verdad?
- Cierto, don Luis, la hay. Entonces ¿No le importará que yo también me quedé en cueros, verdad? Lo digo más que nada porque la situación esté equilibrada, compensada, de tú a tú, como suele decirse.
- ¡Nooo, en absoluto, Julia! Estás en tu casa. Si te sientes mejor así mientras me cuentas el rollo este VIP, por mí, encantado. Voy yendo al salón ¿Quieres una cervecita? Yo es que voy a ponerme una, que tengo la boca seca.
- Vale. La mía con vaso, don Luis. Lleve también unas patatitas fritas o algo.
- Perfecto. Unas patatas y pepinillos, pues voy yendo para allá. Vete despelotando. Allí te espero.
V.
Diez minutos después, allí estábamos: un cincuentón y una veinteañera, ambos como Dios nos trajo al mundo, sentados junto a una mesa MÖRBYLÅNGA de Ikea, tomando unas birras y negociando mi adhesión incondicional pos-polvo a la Cruz Roja Española en su variedad más exclusiva. Aquello no podía terminar bien, o mejor dicho: podía terminar de puta madre.
- Entonces, a ver si lo he entendido bien, Julia: son doce cuotas mensuales por un importe que siempre sea superior a los 150 euros, más una donación inicial de mil euros, más una cesión de mis derechos de imagen, en el caso de que yo fuera una persona famosa o pueda serlo, por un plazo de cinco años ¿Es todo correcto, princesa?
- Sí, don Luis, todo correcto. Sólo tiene que firmar estas tres copias y asunto resuelto.
- Vale. Una copia para mí, otra para la Cruz Roja y otra para mi entidad bancaria. Déjame tu boli, que lo firmo. Oye ¿Y qué ventajas tengo con esto?
- Pues verá, don Luis, entre otras cosas, tendrá derecho a formar parte de la exclusiva mesa petitoria que el Día de la Banderita monta la Presidenta de Seguros Ocaso en la calle Princesa...
- No es poco, no es poco...
- ¡Ah, se me olvidaba! Y la participación en el sorteo de una plaza para el Baile de la Cruz Roja; ya sabe ése que se monta en Mónaco, lleno de gente famosa y que luego sale en las revistas. La plaza le incluye a usted más un acompañante.
- Si me toca, te vienes conmigo, que no se hable más. Tú y yo, allí, rodeados de nobles tías buenas y maricones, mientras acabamos con todas las reservas de Bolliger Especial del puto principado ¿Qué mejor plan?
- ¡Cuente usted conmigo, don Luis! ¡Que ilusión! Por cierto, don Luis ¿Sabe usted que está sufriendo una tremenda erección?
- Cómo no lo voy a saber, hija mía. Eres tú y esa generosa y nívea desnudez que tienes la que está encumbrado mi cima; fíjate, la aureola de tu pecho izquierdo es más grande que la del derecho.
- Ay, Don Luis no me diga usted esas cosas tan bonitas, que me sonrojo y me desinhibo perdidamente.
- ¿Follamos, Julita?
- Por favor...
- Vale, pero antes dos Dry Martini bien fríos ¿Vale? Para ir entonando los humores.
VI.
Julia lleva ya dos meses viviendo en casa. Después de diez días follando sin parar, comprendí que lo mejor que podía hacer por mí y también por ella, era pedirle que se quedará conmigo aquí, en el hogar de un escritor con hígado graso y sed de juventud. Ella accedió en el decimoquinto orgasmo de aquella tarde, confesándome, además, que no se llamaba Julia, sino Alicia y que ser voluntaria de la Cruz Roja, le había abierto las puertas a un mundo en el que su ninfomanía podía encontrar el consuelo necesario, ya que detrás de cada puerta, podía esconderse una picha dispuesta a ser compartida, como había sido mi caso.
Yo le juré que siempre tendría un falo largo y duro en mi persona y que nunca faltaría lubricante en el cajón de su mesilla, amén de un consolador de última generación para suplir mis días de ausencia y/o enfermedad.
El pacto quedó sellado con un prodigioso sesenta y nueve.
EPÍLOGO.
I.
Sentado a la izquierda de doña Isabel Castelo D'Ortega, marquesa de Taurisano y presidenta de Ocaso, aplano mi culo en la mesa petitoria de la calle Princesa; hoy, día de La Banderita.
- De modo, joven, que éste es su primer año aquí, en la mejor mesa petitoria de Madrid, ¿me equivoco?
- Así es, señora Marquesa. Gracias a una de sus abnegadas voluntarias, vi la necesidad de aportar algo de mí a esta noble labor, que es también la de todos. Mire, que casualidad ¡Hablando del Rey de Roma! Es justo aquella chica rellenita que está cruzando la calle en este momento; la que lleva una mochila roja a la espalda ¿La ve?
- Claro que la veo ¡Pero si es Alicia, mi sobrina! ¡Alicia, Alicia! Ranz vaya usted a buscarla ¿No ve que mi voz no le llega? Corra, corra, Ranz, que no le tengo aquí para hacer sombra.
- ¿Su, su sobrina, doña Isabel?
- Sí, así es... entre nosotros, es un poquito casquivana, pero tiene un corazón de oro y una voluntad firme y determinada para con la causa. Mírela ¿A que es una monada cría? Es verdad que le sobran unos kilos, pero guapa lo es, y mucho. A ver si conoce a un buen muchacho, joven como ella, de buena familia, temeroso de Dios y, por supuesto con estudios superiores a ser posible con máster en el extranjero.
- A ver, a ver... Je, je.
Alicia está a veinticinco metros de la mesa. Ya nada puede hacerse.
- ¡Hola, don Luis, amor mío! Qué ¿Ya has conocido a mi tía, la rica?
- ¿Amor mío? ¿Don Luis? ¡Qué demonios es esto! ¡Explíquese, caballero! ¡Ranz, deje de fumar y venga!
Intento salir por patas, pero tropiezo y el suelo cada vez se acerca más a mis ojos; menuda ostia me voy a dar.
II.
Desperté en casa, completamente desnudo y con una venda en la cabeza. Alicia, también desnuda, chupaba mi nardo con verdadera fruición femenina.
- ¿Qué, unos tequilas, putilla mía?
- En cuanto me beba tu sopicaldo, rey...
Sin duda la Cruz Roja había cambiado mi vida.
FIN
Copris
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