Medio labio y medio ojo

Sentí un escalofrío cuando súbitamente me di cuenta de que hasta ese mismo instante me había estado engañando. Confié en ella plenamente y, de pronto, se me quedó una cara de gilipollas que también podría confundirse con el verdadero rostro de la ingenua tristeza. Fui rememorando nuestras citas, nuestros idílicos encuentros que antes solo había vivido en algunas películas. Pensaba que al fin me había llegado, que ya era el momento de que esto me sucediera a mi porque antes no me sentía con la suficiente suerte ni con la necesaria confianza. Me desnudé literalmente de arriba a abajo, me entregué sin prevenciones y de pronto un hecho levísimo que podría haber pasado desapercibido me dio de bruces con mi puta inocencia. Eres gilipollas, me repetía una y otra vez, te está engañando desde el primer día. A partir de ese momento pensé cómo iba a afrontarlo. Podía desaparecer de mi vida o seguir simulando que no me había dado cuenta, mirar de reojo, estar atento a otras pistas que corroborasen mi fatal descubrimiento. Yo no se fingir hasta ese extremo, no se entregarme cuando soy consciente de que me engañan, de que me utilizan. O no era capaz de hacerlo hasta ahora. No se me había planteado semejante escena. Me pondría el disfraz de la falsedad que me permitiera seguir siendo el mismo, suelto, divertido, sano, generoso, plenamente abierto y entregado. Dudaba de mi capacidad de actuar sin perder la frescura de mis sentimientos, pero de pronto, me sedujo el reto y una pícara sonrisa me levantó medio labio y me achinó medio ojo.

Lago