Simulacro (para no ser auténtico)

Algo importante se me estaba pasando por alto, husmeaba en la periferia de mi cerebro con aire despistado por si mi interés produjera el efecto contrario y se escondiera para siempre en un fondo denso e impenetrable. Tras vivir con intensidad esa estrategia de indiferencia, una conocida sensación de ansiedad me puso en guardia: algo iba a suceder. 

Y luego me olvidé. Las nuevas ideas no pueden ser honestas si se trata de viejos conocidos, de la misma manera que escuchamos a otra persona y en vez de oír lo que realmente nos cuenta, ya estamos pescando en nuestra memoria sobre lo que nosotros ya sabíamos al respecto y si es mucho más sorprendente e ingenioso, mejor. 

Imagino que aparece Laura llena de su inquietante frescura, desordena la habitación con su moño y sus tacones que se descalza con desparpajo y lanza a la invisibilidad: ¿has cenado, cariño? Ay, dame un beso que hoy estás muy guapo. 

De pronto lo supe. Mi edificio estaba en llamas, apareció un bombero por la ventana, mientras llamaban con insistencia a la puerta. Era Elsa, la vecina del tercero C., la tiquismiquis. Dijo, jadeando, que había que llamar a la administradora a ver si los sistemas de seguridad habían funcionado correctamente y si los cuerpos de bomberos habían enviado los tres presupuestos reglamentarios para que eligiéramos entre ellos el más ventajoso y la dotación correcta pudiera sacarnos por la fachada y apagar el fuego. 

Me pareció que Elsa quería rollo, pero pudo ser también fruto de mi imaginación porque mi vida no es más que un simulacro a ver si entro o salgo y algún día me decido a perder el miedo y a vivir de verdad una emoción auténtica de las que luego se sueñan y se entrelazan con otras similares para quedar grabadas siempre en el rincón denso e impenetrable se enconden los tacones de Laura.

Kimi