La vida sin mi

Cuando la vida te atrapa, intuyes que las cosas que van a ocurrir, no son las que tu hubieras aceptado si te las proponen para tu propia vida.

Convertida ya en una señora de mediana edad, volví a encontrarme, cara a cara, con la casa de los tres balcones. Esa casa solariega del siglo XIX, podía mirarme, con la esbeltez de sus años de triunfo y la mediocridad de su oscuro abandono y reprocharme, uno a uno, los pasos de un niño de ojos tristes, por sus largos corredores.

Siempre vivimos cerca del mar, el rompeolas dejaba las huellas marcadas en los muros de la casa y en nuestros corazones sentíamos latir el mar como si el agua se hubiera vuelto sangre salada colada en nuestras venas.

Yo, no sabía quién era, ni como…

Mi condición de niño me daba libertad para soñar, para jugar, para caer en la torpeza de mirarme en todos los espejos y sonreír. Me gustaba recorrer los grandes salones vacíos y volar con mis alas de ninfa, bailar, revolotear, sintiendo como mi cuerpo vibraba y cambiaba con los reflejos de luz en las lámparas de lágrimas.

Según pasaban los años, las copas de cristal, se iban convirtiendo en copas de terciopelo y yo sentía con más fuerza, como mi cuerpo devorado por ese mundo interior quería florecer, lejos del mar, lejos de esa casa de los tres balcones. Y aunque sabía que tenía un compromiso con la vida, el que mi familia esperaba de mí, tenía que seguir con la tradición familiar, era el heredero de una estirpe, de un blasón, debía mantener ese árbol genealógico que me hacía ser el primero y el único de los hombres de una familia que tenía en mí, su continuidad y detrás mi hijo y el hijo de mi hijo…. Yo sentía que mi cuerpo no me lo iba a permitir, yo quería ser la madre de mi hijo y poder darle la felicidad que a mí me estaban negando.

Salí del mar, del naufragio asegurado, más para esconderme que para ayudarme y empecé a vivir en una serie de colegios e internados sanadores de moral, donde fui creciendo y madurando y sufriendo, sufriendo mucho.

Todo se desencadeno como las tormentas tantas veces vividas, mi cuerpo cambio, mi vida se trasformó y las olas del mar de la casa solariega siguieron latiendo en mi corazón.

Teresa