La despedida

Juana está sentada junto a una piscina, al lado de una casa… cuando entra en escena una paloma, que se va moviendo por el suelo de forma extraña. Así al menos le parece a la mujer, que la está mirando en ese momento. Y es que, en efecto, la paloma va arrastrando una de sus alas y andando como a trompicones.

El ave da la vuelta a la piscina y pasa, tal vez enferma o herida por los cazadores, al lado de Juana. Llega a una escalerilla que da acceso al agua y se deja caer en ella, diríase que sin huir de nada ni de nadie, ni siquiera de la mujer que se ha levantado para seguir de cerca sus movimientos. Juana considera que debe sacar al pobre animal del agua, por si se ahoga y por si estropea el líquido azul en el que está, que todo ha de ser mirado.

Al poco llega una pequeña paloma (puede que su cría), que se acerca a su supuesta madre y frota su pico contra el suyo, de forma tierna. Juana, a todo esto, sigue con atención el episodio, pues ambos pájaros permanecen juntos. La mujer tiene que irse de allí y toma la decisión de ahuyentar, al menos, a la paloma joven, la mayor no puede, o no quiere salir del elemento acuático en el que se encuentra.

Por fin, Juana, huída la pequeña volátil, saca del agua a la que parece estar agonizando y con un ala maltrecha. La deja caer sobre la tierra y se marcha. Al día siguiente vuelve y en aquel espacio sigue el pájaro, donde lo dejó, pero esta vez ya no vive. Exactamente lo que suponía Juana que iba a suceder, unas horas antes. Entonces, coge a la paloma con una pala y, en ella, la transporta hacia un lugar en el que finalmente la hace desaparecer. Un lugar mucho más lejos del agua a la que se había arrojado la torcaz, y en el que hubiera querido permanecer para siempre.

Nicasio Sanchís