La cueva y el palacio

Estábamos en la cueva con nuestras cosas sencillas. Teníamos comida, los luchadores, las mujeres y también teníamos un cantante al que todos admirábamos. Sus canciones eran tan simples que ni siquiera llevaban letra y cada vez sonaban de forma diferente ya que no existía forma de recordarlas. También teníamos una hoguera y una especie de cine, la pared a la que mirábamos donde se reflejaban sombras de otras personas y animales. Yo era el que más pensaba de la cueva y un día les dije que a lo mejor fuera había otras cosas reales y me dijeron que estaba pirado. Pero yo salí y vi y me adentré y escuché el canto de los pájaros, anduve por caminos verdes y áridos, escuche las palabras, anduve y anduve buscando el límite de horizontes fantásticos y allí, en la cumbre, encontré un palacio. Era una enorme construcción de piedras talladas, me llamó la atención el gran número de estancias grandes y pequeñas, laberintos, pasillos, ventanas y grandes cristaleras que dejaban pasar la luz y la mirada de mis ojos hacía otros espacios: ¿qué era nuestra cueva al lado de este enorme palacio? En una estancia adornada por tapices, que mostraban coloridas escenas de animales, escuché la música de una pequeña orquesta y pensé entonces en nuestro querido músico de nuestra pequeña cueva.

Edgar

(A Paco)