El paseante de perros (relato de alto contenido erótico) (6)

Se despertaron abrazados, con el trino de los trigueros y las alondras…

• Tengo un hambre voraz –dijo Alberto camino de la ducha.
• Lógico, llevamos muchas horas sin comer…
• Pues venga, al pueblo a pensar en la oficina del estómago, que diría don Quijote…

Media hora más tarde estaban en Alamillo, el pueblo natal de Alberto, comprando las pocas cosas que necesitarían para reponer la energía necesaria para cubrir las necesidades físicas que les demandaría el amor en el tiempo que les quedaba en el refugio. Un poco de pan, algo de carne, arroz para la paella del domingo, agua mineral y poco más. También visitaron el bar de Carlos, vecino de finca y amigo personal de Alberto, y la finca de Félix Jesús, torero y amigo. Allí Ariadna se fascinó, una vez más, al poder dar de comer por su mano a Curro, un toro bravo que se dejaba acariciar como un gatito.

Almorzaron en la finca del torero y, tras el café y la copa, decidieron visitar el ganado, a lomos un caballo manso Alberto, con Ariadna a la grupa, y un pura sangre que montaba el torero. Ariadna, de vez en cuando, tenía detalles frívolos con Alberto como meterle mano por debajo del pantalón y acariciar su pene…

• Vaya –decía-, parece que ya ha vuelto a su ser…

Alberto respondía siempre con algún otro gesto cariñoso, pero sin descuidar la gobernabilidad del caballo.

• No seas mala y céntrate en el paseo. Todo llega…

Ariadna obedeció y se centró en la maravilla de los corderos y cabritos recién nacidos. El torero desmontó y le puso en sus manos un cabrito de apenas una semana de edad.

• Te lo regalo –dijo el torero-, cuando lo destete te lo llevas al refugio. Es tuyo. Cuando no estéis, este animal se las arreglará solo. Te dará muchas alegrías…

Ángel Alcalde

Entrega 1

Entrega 2

Entrega 3

Entrega 4

Entrega 5