El paseante de perros (relato de alto contenido erótico) (7)

La brisa vespertina comenzó a acariciar cuando llegaron al refugio. Hasta la perra Pepita, loca de alegría, parecía querer integrarse de lleno en aquella vida. Alberto decidió ensañarle algunas cosas y cogió una piel seca de liebre, envuelta y sujeta con una fina guita, y se la dio a oler. Después se la tiró varias veces a distintos lugares y Pepita, siempre atenta, corrió tras ella, la localizó y se la devolvió a Alberto.

• Buena perrita, aprendes rápido, te quiero pequeña…
• A ver si me vas poner celosa con Pepita –dijo Ariadna bromeando.

Alberto y Ariadna se volvieron a sentar en el tresillo del porche para recibir los últimos cantos del triguero y la alondra y los primeros grillos y ranas de las cercanas charcas.

• Por mucho que los oigo, nunca me canso –dijo Alberto, acariciando tiernamente el pelo de Ariadna-.
• ¡Que pena no haberte conocido antes! –dijo Ariadna con el primer tono de tristeza en su voz.
• No te preocupes, te hartarás de mí…

La perra Pepita entró y se tumbó junto a la lumbre, como si quisiera dejarlos en paz.

• Que te preparo para cenar…

Ariadna recostó su cabeza sobre las piernas de Alberto, se desbrochó la camisa para dejar sus pechos libres y condujo una mano de Alberto hacia ellos para que los acariciara.

• Solo quiero comerte a ti, y que me comas a mi, por todos los sitios, en toda condición. Quiero que me ames hasta que me desintegres, quiero amarte hasta morir de cansancio…

Ariadna, al tiempo que hablaba, había sacado del bolsillo de su pantalón un pequeño tubo de lubricante y ofreciéndoselo a Alberto le dijo:

• Quiero ser salvajemente sodomizada por ti.

Después, tranquilamente, le desabrochó los pantalones y dejó al descubierto aquella polla tan apetecible y comenzó a chuparla con deleite. Cuando el aparato estuvo en plena forma, se desnudaron mutuamente. Alberto aplicó el ungüento sobre el orificio trasero de Ariadna, se pusieron en posición y comenzó aquella sesión de lujuria y amor desbocado.

• Ay, amor, taládrame bien, párteme en dos, mátame, moriré gozando, no puedo pedir más.
• Te estoy follando Ariadna, te la estoy metiendo hasta lo más profundo de tu ser. Espero que esto no acabe nunca. Espero tener fuerzas para hacerte siempre feliz. Te follaré eternamente. Ahora somos sexo y nada más que sexo…
• Mi amor, mi amante, mi amigo Alberto, me estoy corriendo y siento también tu chorro de leche en mis entrañas. Aaaahhhh, que gustazo…

La sesión se prolongó hasta el amanecer. El tresillo de piel acabó siendo un río de semen y los primeros cantos de los trigueros empezaron a anunciar las claras del día. Completamente agotados se fueron a la cama.

Ángel Alcalde

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