El paseante de perros (relato de alto contenido erótico) (8)

Se levantaron a las doce de la mañana, cuando el sol ya calentaba lo suyo.

• No te duches – dijo Alberto-, hoy toca baño. Iremos al arroyo chico, al remanso de la zarza. Quiero enseñarte algo.
• A la orden. Será un placer…

Llegaron a la zarza, activaron el mecanismo y la disimulada puerta se abrió. Se quitaron la ropa y Alberto tomó a Ariadna en sus brazos, se metieron en aquel pequeño embalse que, sentados en el fondo, el agua les cubría hasta poco más de la cintura. Los dos amantes se enjabonaron y disfrutaron de aquel baño tan peculiar. De pronto Alberto, en tono solemne, dijo:

• Tengo algo que mostrarte.
• Siiiiii –dijo Ariadna pensando lujuriosamente.
• No es lo que piensas, pervertida mujer.
• Una pena. Venga, no te hagas esperar.
• Rastrea el fondo con tus manos y coge la primera piedra que encuentres.

Ariadna lo hizo. Encontró una piedra que cabía en su mano y se la mostró a Alberto.

• Aquí tienes tu piedra –dijo.
• Mírala bien y dime que te parece.
• Es cierto. No parece una piedra normal, parece de oro.
• Es que es oro. Oro puro de 24 quilates. Estamos sentados sobre una mina…

Ariadna se apresuró a buscar otra piedra, y otra y otra…

• Todas son iguales, son pepitas de oro.
• ¡Increíble!
• Estamos sobre una mina de nueve mil toneladas. Según el informe de un experto americano que tiempo atrás traje de incógnito.

Una bandada de pajarillos se posó sobre la zarza y sus cantos llamaron la atención de Alberto.

• Escucha. Esto si que es oro puro. Estos cantos y tus brazos anudándome a ti, no se pagan con nada…
• Ay, Alberto, cuanto tiempo perdemos en la vida con cosas absurdas…

Alberto le dijo a su chica que el asunto de la mina de oro sólo lo sabían tres personas, ellos dos y el experto, al que le había hecho firmar un contrato de confidencialidad.

- Pero algo tendrás que hacer…

• En su momento. Por ahora soy un paseante de perros y un corrector de estilo. Me gusta lo que hago y soy feliz. No necesito nada más.

El sol empezaba a hacerse molesto y había que hacer la comida. Tanto desgaste físico empezaba a pasar factura. Cerraron la zarza y se pusieron a la paella. Ascuas de leña de encina en la chimenea, trébedes y sartén con aceite de oliva virgen de la zona, gambones y los mejores trozos de un conejo de monte y unas ramitas de romero recién cortado, empezaron pronto a desprendían un olor de los que no se olvidan.

• Espero que no se te pase el arroz –dijo Ariadna en tono de humor-, para eso ya estoy yo.
• No seas tonta, todo está en su punto, como tiene que estar.

Ángel Alcalde

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