Un extraño relato para pensar en otra cosa

Mientras Tomás pensaba en un suicidio más que dudoso, se masturbaba con la mano izquierda. Pero Dios y esas voces negras, sonando con un estéreo de baratillo, le conminaron, aduciendo una sarta de razones relacionadas básicamente con las pirámides, los pelos, de no sé qué coño y el amor a las cabras, a que se lanzara desde desde la ventana de su apartamento. Y él, sumido en los mandatos de Onán, a arregañadientes, dejó caer su cuerpo rompiendo el ventanal de su dormitorio, saltando al vacío sin separar la mano de su miembro.

Nueve segundos para una eyaculación con el placer rompiendo el espacio.

A tres segundos del impacto, Tomás lleno el aire de ese tono lechoso de algunos cielos. Y con las pupilas dilatadas, sabiéndose aún entero, dibujó una amplia sonrisa, estampado finalmente su cuerpo, sobre un suelo enlosado de baldosas color sepia.

Su esperma tardó algo más en llegar a tierra y se desvió unas decenas de metros. Esparcido por la velocidad y los no menos de seis espasmos con los que Andrés tenía habitualmente a bien soltar lastre, se dispersó por una área de unos veinte metros cuadrados, llegando a reposar en su mayoría, sobre una mesa larga en la que unas veinte mujeres, celebraban su reunión semanal de amistad vecinal. Una de ellas, Alicia, viuda y de unos cuarenta años, viendo caer sobre su taza de té, unas gotas aquel denso y blanquecino fluido, comentó después de levantar su taza y dar un primer y largo trago: «Amigas, es la primera vez que el Señor convierte esta insulsa infusión, en el erecto recuerdo de mi esposo».

Y doblando la esquina, Andrés, o lo que quedaba de él, fingiendo que aún la vida juega con despojos, recordó que siempre apostaba por una segunda vuelta.

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