La compra del mundo: la vida del artista

Llevo unos días pensando en cómo empezó todo esto. En cómo os convirtieron en ositos de peluche que ni piensan, ni sienten, ni tienen nada en su interior. Creo que tengo una teoría, ¿os acordáis de aquellas antiguas fotos de artistas en blanco y negro llenas de excesos?. Robaros los extremos, el poder ser infinitamente felices o infinitamente infelices, ha sido trazada con un buen plan.

Los años antiguos a los que me refiero son años de apariencia. Se han limitado a enseñaros que la vida del artista es alcanzable, realizable para todos.

Estas personalidades antiguas vivían enseñando su trabajo, de tal forma, que a las masas les gustó. Y fruto de ese trabajo se hicieron “famosos”. Ese fue el riesgo, ellos lo aceptaron, y a vosotros os lo colaron. Hacerse famoso llevó consigo varios riesgos, por una parte, convertirte en modelo. La sociedad quería ser como ellos. Todo lo que hacían era seguido por la sociedad: perfumes, coches, formas de vestir, frases, rutinas…

Y aquí aprovecharon las grandes multinacionales: crearon publicidad para darlo a conocer. Así los famosos crearon un tipo de consumo extraño, deformado por el sistema. El consumo de productos que os convierten en lo que siempre habéis querido ser: artistas.

¿Por qué?, porque un artista vive de su trabajo… un trabajo que le encanta, que os encanta, que le encanta a todo el mundo. Un trabajo en el que te regalan ropa para que la promociones, marcas de colonia te pagan viajes para que te hagas fotos con el bote, viven de fiesta en fiesta, todo el mundo tiene en cuenta lo que dices, todo el mundo les entiende, y les nombran hasta para justificar cosas personales de sus vidas… y ellos van y os lo enseñan. Y vosotros, en lugar de aceptar vuestras vidas como tales, como vidas moderadas, ansiáis esos excesos, esa vida de no hay mañana, ese vivir para el sistema.

Y ese vivir para el sistema os convierte en algo que ya os dije: sois perros del sistema. Sois robots programados para ser lo que os dictan. Y aunque os pisan, os hunden, se ríen, y siguen enriqueciéndose con la pasta que os sacan, los seguís fielmente y hasta os enfadáis si alguien os dice estas mismas palabras. También decís que no hay opción, que no queda otra que pasar por el sistema. A la par, no os cortáis en sacar la vena de artista: “pobrecitos los pobres” y dais dinero para aliviar vuestras almas. Dais asco. No os merecéis estar vivos. 

Meursault