Alcachofas

Eliodoro Bonilla miró a aquel joven y pensó que al fin había entendido el significado real de la palabra condescendencia: qué sabrás tu de la vida. En ese momento, Eliodoro sintió pena por los dos, por la tierna ignorancia de su nieto que estaba seguro de comerse el mundo y por lo complicado que sería explicar una verdad oculta tras tantas capas duras como las que forman una alcachofa.

“Hoy comeremos alcachofas”, apareció su hija diciendo. El abuelo volvió lentamente la cabeza: “tu siempre lo sabes todo”, dijo, mientras que el hijo protestó: “mamá, sabes que odio las alcachofas: no me gusta su sabor, hay que comer hoja por hoja, chupar, arrastrar con los dientes para nada y luego se te quedan las hebras, puff, alcachofas”. El abuelo le contestó: “retiras las capas y al final aparece el corazón, el preciado tesoro que ocultan las hojas, la verdad”. 

- La verdad, la verdad, tu siempre estás con ese rollo de la verdad como si las alcachofas tuvieran algo que ver con la vida…

- Es una metáfora, Eli.

- En tu generación todo lo escondíais con metáforas porque debíais esconderos de todo, por miedo. Nosotros vamos directos a la acción porque es la única manera de cambiar el mundo, con las mentes abiertas, con la verdad sin dobleces, mamá: sin alcachofas.

- ¡Qué tendrán que ver las alcachofas con la verdad!, dijo la madre y el abuelo respondió:

- Ya irás aprendiendo Eli, aunque vayas con la verdad por delante siempre tendrás algo que no podrás contar a alguien para no hacerle daño o para no dañarte tu. O para conseguir un fin más elevado. Hay que estar preparado para conocer ciertas verdades para saber administrarlas. Puede que esconder algunas de ellas te produzca cierto pesar y que al final de vayas alejando tanto como se va la vida, en fin, comeremos alcachofas.

- Pues vaya mierda.

Kimi