La ciudad sumergida de Paquito

Paquito era amigo del niño que vació el mar echando el agua a un hoyo con su cubo de plástico. Esperaron siete días hasta que el sol secó la superficie y se adentraron en aquel vasto mundo en busca de tesoros. Entre las bolsas de plástico, encontraron viejas redes de pescadores, conchas y caracolas, anzuelos con lombrices y restos de sedales, el esqueleto de una ballena y un barco pirata. Paquito se anudó la bandera negra en su cuello y fueron corriendo a enseñar sus hallazgos a su padre, el alfarero: “conozco esos ojos de pillos -les dijo- seguro que estáis haciendo alguna travesura’. Paquito y su amigo quisieron devolver el agua al mar pero no encontraron el hoyo y decidieron crear una ciudad donde antes había corales, peces y calamares. Con el barro de su padre, Paquito construyó casas y puentes, dio forma a ríos, semillas y montañas. Modeló flores y mariposas, pájaros, sombreros, hormigas, un perrito blanco y galletas. Luego compuso una sinfonía de vasijas de cerámica danzando en escorzo, saludando al horizonte infinito, regalando su eterna bondad y su belleza, amasó Paquito nubes y se fue a merendar. Al día siguiente, su amigo llegó a su casa en bicicleta, “he encontrado el hoyo”, dijo, “vamos a devolver el agua al mar que si se entera mi madre, me mata”. Fueron. “Lo primero que hacemos es quitar las bolsas y echarlas a la basura, y luego, ¿qué hacemos con esta preciosa ciudad de barro?” “La dejamos -dijo Paquito- bueno, me llevo las vasijas, el perro y las galletas a la cabaña que hay frente a las pistas de tenis. El niño del cubito devolvió al mar su agua y así quedó sumergida la ciudad de Paquito para siempre y sorpresa de los buceadores que no daban crédito a sus gafas, se hacían selfis junto a las casas y las mariposas y se preguntaban ¿quién habrá hecho  todo esto?.

Kimi