Cultura taurina. Ignacio Sánchez Mejías, el torero intelectual

Ya hemos hablado en alguna ocasión de Ignacio Sánchez Mejías en esta sección. Sobre todo de su muerte en la localidad manchega de Manzanares a cuerno de un toro de la ganadería de Ayala. Ese día García Lorca le dedicaría uno de los poemas más célebres de su obra: Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Pero volvemos a él porque, aparte de un magnífico torero, fue un inquieto intelectual. Autor de éxito y animador incansable de los poetas de la generación del 27.

Ignacio Sánchez Mejías (1891-1934) vino al mundo en Sevilla en el seno de una familia acomodada. En un principio todo hacía pensar que cursaría estudios de medicina, pues esa era la tendencia familiar. Su padre y su hermano eran médicos de reconocida valía.

Muy pronto comenzó a tener escarceo con los ambientes taurinos y, aunque sin abandonar los estudios, elige amigos con los pueda jugar a los toros en las calles sevillanas. En ocasiones hasta se desplazaba al campo en donde se pone delante de alguna vaca brava. En aquel entonces conoce a Joselito, cuatro años menor que él y al que se acaba uniendo en aventuras taurinas. Más tarde le acompaña en la época de toreros de fortuna y, finalmente, hasta la aventura final: la muerte sobre astas astifinas como puñales.

No llegó a iniciar los estudios de medicina y, para evitar las iras familiares, en compañía de un amigo, se embarca como polizón rumbo a Nueva York. Sin una peseta en el bolsillo, ni siquiera le dejan desembarcar. Ignacio solicita y obtiene la ayuda de un hermano que vivía en México, y consigue que lo lleven hasta Veracruz. En México tiene que realizar diversos trabajos para sobrevivir, hasta que llega la primera oportunidad taurina. Ello ocurre en la localidad de Corelia, en la que actúa como banderillero.

Poco tiempo después tiene lugar su debut como novillero en la plaza de México. Regresa a España integrado en la cuadrilla de Fermín Muñoz (Corchaíto). Tras un tiempo como subalterno decide tomar la espada y la muleta y el 21 de junio de 1914 hace su presentación en Sevilla, de donde sale con una grave cornada. Recuperado decide volver al escalafón inferior y así figura en las cuadrillas de Juan Belmonte primero y más tarde en la de Joselito.

El 8 de agosto de 1918 insiste en su deseo de ser matador de toros y reaparece en Sevilla con tal éxito que actúa hasta nueve veces más. El 16 de marzo de 1919, toma la alternativa en Barcelona de manos de Joselito. Ese año toreó 50 corridas, pero pudo llegar al centenar, de no haber sido por las innumerables cogidas que sufrió.

En los años siguientes se afianzó como torero de valor incuestionable. Cuando no había peligro, lo inventaba. Mayo de 1920 está marcado por la tragedia de Talavera de la Reina, en la que perdió la vida Joselito. Ignacio estaba en el cartel y fue quien dio muerte a Bailaor, el toro asesino. El 22 sw octubre de 1922 decide retirarse y lo hace en la plaza de Ávila, matando siete toros. La retirada fue corta ya que dos años más tarde decide reaparecer. Se mantiene en la cumbre año tras año hasta 1927 que decide nuevamente la retirada en la plaza de Pontevedra.

Su constante inquietud le lleva por los caminos del arte y la literatura y otros asuntos de la más variada especie. En 1928 estrena, como autor, y con gran éxito, las obras Sinrazón y Zayas. Fue Ignacio uno de los más entusiastas animadores de la famosa generación del 27.

En 1934 vuelve a sorprender con una nueva reaparición en los ruedos. Sus mejores amigos intentan convencerle para que desista del proyecto, pues ya anda metido en años y, sobre todo, en kilos. No escucha los consejos y se hace presente en el coso de Cádiz el 15 de julio, jugándose la vida. Por satisfacer a la empresa de Manzanares torea el 11 de agosto sustituyendo a Domingo Ortega, lesionado en accidente de coche. Los toros eran de Ayala. El primero de línea ordinaria, Granadino, le prendió por la ingle derecha al iniciar la faena de muleta. Volteado espectacularmente, se le apreció una cornada calificada de grave.

No quiso el diestro que le operaran en los médicos de la plaza y, es muy posible, que esa decisión le costase la vida, pues murió en Madrid dos días más tarde. Fue el trágico fin de un torero de gran cultura y personalidad al que, inmediatamente, los mejores autores de la época, fundamentalmente Federico, de quién fue gran amigo.

Ángel Alcalde