Siguen siendo tiempos de conciencia de clase

El Primero de Mayo nace como una jornada internacional de solidaridad obrera, apelando a la clase trabajadora como creadora de la riqueza social. A la vez, se reivindicaba la jornada de ocho horas como elemento de la identidad colectiva de un “cuarto estado” que despertaba y se organizaba para mejorar su situación y, a la vez, preparar las condiciones que permitieran “cambiar el mundo de base”. Desde pronto el Primero de Mayo fue seña de identidad de la clase trabajadora, pasó a ser un día de conciencia obrera.

El dictador Franco no pudo con la celebración de este día. Santificó este días e incluyó el folclore de demostraciones sindicales (verticales) para demostrar que los trabajadores y trabajadoras agradecían el trabajo que el régimen les proporcionaba, intentando eliminar así la carga de lucha y reivindicación que tenía ya entonces. Conmemorar el Primero de Mayo era y debe seguir siendo una manifestación más de la conquista de las libertades.

Ha llegado el Primero de Mayo de 2020 y éste está siendo un año difícil, y cuando los años son así, acaban siendo convulsos para la clase trabajadora. En 2012, la crisis financiera la pagamos la clase trabajadora. Cerca de 70.000 millones de euros salieron de los bolsillos nuestros para pagar los devaneos capitalistas de una banca que había perdido en la inversión en ladrillo. Aquel gobierno del PP hizo que las pérdidas privadas capitalistas fueran socializadas para pagarlas entre todos y todas.

Los trabajadores y trabajadoras, del sector público y privado, se quedaban sin trabajo y sin prestación gracias las reformas laborales del 2010 y, sobre todo, la del 2012 que hicieron de las desigualdades parte de la estructura social del país. La clase trabajadora perdía derechos, perdía la vida en un mercado de trabajo precarizado que mantenía unas penosas condiciones de seguridad y salud de la que no nos hemos terminado de recuperar en 2020. Aún en 2019, 695 trabajadores y trabajadoras no regresaron a casa y murieron en su trabajo. Aquella situación la pagamos la mayoría social.

Hoy vivimos otra crisis enfrentándonos a enemigos microscópicos pero letales. Y mucho más letales para, otra vez, la clase trabajadora. A las pocas, muy pocas horas, de decretarse el estado de alarma a mediados de marzo, muchas empresas que eran el músculo empresarial del país, deciden, cómo no, deshacerse de quienes consideran el problema de sus males: los trabajadores y trabajadoras. Quieren que convivamos con la precariedad, el miedo, consintiendo condiciones laborales que rocen la ilegalidad. Todo parece lo mismo, pero no lo es.

Hoy, con todas las dificultades administrativas, más que políticas, que supone los miles de expedientes de regulación temporal presentados a la vez en las oficinas de empleo público, nuestra clase está protegida. Hoy el gobierno del país ha cambiado de aliados. Los ERTE’s tienen el aval de cobro del Estado, hay ayudas para que no se desahucie a nadie, para pagar los suministros básicos, para los autónomo y pequeñas y medianas empresas. Hay muchas diferencias de conciencia de clase entre las decisiones tomadas en un momento y en otro.

Sé que hay muchas familias que tienen incertidumbre ante el futuro incierto y temeroso que nos ha traído este enemigo invisible. Hoy sabemos que dónde vivimos, qué estudiamos y cómo lo hacemos y qué escudos sociales manteníamos desde la crisis inacabada del 2012, son problemas de clase. 

El modelo económico que nos ha traído hasta aquí y que se ha manifestado con más fuerza en estos días de COVID-19, sigue pensando que los trabajadores y trabajadoras nos podemos conformar con que llegue un salario a nuestras casas los meses que toca campaña (del campo, de navidad, de semana santa, de rebajas, de fin de semana de puente, de planes de empleo), pero ese modelo lo ha elaborado nuestro enemigo de clase. Nuestro modelo debe ser sostenible sin duda, para garantizar el futuro, pero debe de ser sostenido, para tener garantizado ese futuro. El modelo que perdura es el modelo que hoy debemos reivindicar en las calles este Primero de Mayo: un modelo de derechos, de seguridad laboral y que perdura, un modelo industrializado.

La crisis sanitaria, que va a derivar en una crisis económica y social, debe ser una oportunidad de reactivación de un movimiento obrero concienciado y organizado que permita a la clase trabajadora ocupar el puesto que le corresponde. Solo así cambiaremos el futuro en beneficio de la mayoría.

VIVA EL PRIMERO DE MAYO.

Txema Fernández, portavoz de Izquierda Unida – Podemos en Toledo.