Los odiadores

Hace ya algún tiempo estoy pensando en las redes sociales. Debo decir que las frecuento desde hace años y por eso, ahora que pretendemos cambiar muchas cosas, creo que es el momento de tomar cada uno las medidas que considere oportunas y también de explicar nuestra experiencia.

En las redes nos sentíamos protagonistas, subíamos nuestras fotos, nuestros comentarios y era maravilloso que muchas personas los vieran, cuantas más mejor, y que en algunos casos te dieran su likes. Creo que en esa época no tenía mucha conciencia crítica aunque sí me daba cuenta de que empezaban a proliferar en las redes personas que siempre parecían molestas o enfadadas. Les pusimos un nombre, “los odiadores”.

Pensaba que se trataba de personas que eran así, los que siempre están en contra de todo pero hasta hace poco no he sabido que se trata de una maniobra orquestada y utilizada en muchos países por los llamados “populistas” que utilizan estos sentimientos virulentos en favor de sus intereses.

Hace poco leí un interesante informe publicado en “La Vanguardia”, titulado “La pandemia nos cogió crispados”, escrito por Fernando García. Aseguraba que algunos pensadores, como sociólogos y politólogos, llevaban ya años “emitiendo señales de alarma sobre una nefasta combinación entre abusos tecnológicos y nuevos populismos; sobre el creciente desprestigio de la razón en favor de las falsedades con éxito de audiencia”.

Me llamó mucho la atención porque conocía amigos que realmente captaban la atención haciéndose pasar por “malotes”, un papel que luego iban adoptando hasta que esa forma de expresarse pasaba a convertirse en su verdadera personalidad.

El autor del artículo hacía referencia a ensayistas como William Davies que en su libro “Estados nerviosos” (Sexto Piso) y explicaba “como la racionalidad estaba cediendo espacio a los sentimientos y cómo la verdad se veía seriamente erosionada por el éxito de los embustes y los bulos. Nos habíamos instalado en el imperio de las emociones, con más cancha para el odio que para la empatía…Los políticos siempre han metido pero ahora tienen más oportunidades de hacerlo con éxito, así que las mentiras tienen más interés estratégico que nunca”.

Creo que, en parte, el inicio de esta otra guerra en la que las emociones negativas son claramente vencedoras frente al humanismo, la solidaridad o la admiración, tuvo que ver con las tertulias televisivas donde periodistas y famosos intercambiaban todo tipo de descalificaciones contra otros y eran respondidos de la misma manera con gran éxito de audiencia. Luego llegó mi generación con el uso de los móviles, entramos con cierta ternura pensando que nuestros pensamientos eran importantes para otros y así parecía en un principio. Pero la burbuja de opinadores fue creciendo, cada uno con sus verdades cerradas con candados que fueron contestadas con las verdades de otros y así fue creciendo la ola de indignación, de hostilidad, de venganza y de envidia. 

Hace algunos años nacieron los “lovers”, en contraposición con las “haters” pero la batalla por el afecto o la admiración estaba perdida: ¿quién admiraba a otros por sus ideas, quién estaba dispuesto de decir una sola vez “tienes razón, yo estaba equivocada?” Nunca.

Los odiadores triunfaban porque su tendencia estaba claramente apoyada por líderes y dirigentes populistas que se aprovechaban de la polarización para hacer prosperar sus ideas y promocionar sus imágenes. Porque, con el tiempo, se iban formando bandos y cada uno de ellos abría cada mañana la ventana a su mundo, el mismo que les ayudaba a cargarse de razones para seguir machacando a los otros. 

Con frecuencia se cita a Donald Trump, el descubridor de la vacuna de lejía, como uno de los populistas que, con sus mentiras, han sabido mover a la gente para prosperar en política. Una de las ideas del populismo es utilizar las emociones más básicas para buscar adeptos, entre ellas el sentimiento de hostilidad contra los inmigrantes o el sentimiento nacionalista de mirarse el ombligo y asegurar que lo nuestro es lo mejor, que vamos a hacernos grandes, que lo nuestro atesora mucha más tradición y que los otros, los enemigos, no nos quieren. El siguiente paso es odiar a “los otros”.

Los nacionalistas han conseguido muchos votos con el victimismo y en el mundo de las emociones llega un momento que se acepta mejor una mentira conveniente, incluso aunque se sea plenamente conscientes de que no es cierta.

En medio de esta realidad tan confusa, tan escasa de valores humanos, llegó la pandemia del coronavirus. Y todo los que hemos vivido desde entonces tiene mucho que ver con esa realidad de las redes sociales que empezaron siendo un juego con el que yo, niña y adolescente, era capaz de ponerme en contacto con cantantes famosos, seguir su vida e imaginar que ellos veían mis fotos inocentes. Y espero que así siga siendo.

En el momento de escribir esta reflexión, (5 de mayo) Estados Unidos ha superado ya 1.180.000 contagios y suma más 67.000 muertos. Según el mapa de la Universidad John Hopkins, el mundo ha llegado a los 3.585.357 contagios y 251.595 muertos.

Mientras íbamos adaptando nuestras vidas a la “nueva realidad” nos ocupábamos de nuestros asuntos y tratábamos de seguir nuestros estudios, asistíamos a la contienda que en cada momento se vivía en las redes sociales, con opiniones hostiles sobre la gestión de la crisis. Muchos amigos tuvieron que bloquear a personas que no paraban un momento de lanzarles las peores expresiones de indignación y palabras como asesinos o sepultureros.

Detrás de cada uno de esos doscientos mil muertos en el mundo hay un desgarro. Tengo una amiga que ha perdido a su madre y ella misma está sola en casa, contagiada. Trato de animarla pero es complicado porque recuerda que no pudieron enterrarla y que su padre esta también en cuarentena, en otro lugar: llevan más de un mes sin verse, hablando por teléfono, recordando la vida que su madre tenía por delante, me cuenta que hacía pilates, iba a zumba…Y que no puede resistirlo.

¿Dónde esta el ser humano?, me pregunto ¿No sería lo más lógico que existiera una profunda cercanía, un abrazo común, una oleada de afecto hacia otros seres como nosotros que también están sufriendo?

Saldremos de esta pero ¿seguiremos odiándonos en las redes?

Brenda Ortega