Crónicas distópicas. El discurso del rey

Quien iba a imaginar que nuestro rey era tartamudo y tenía pánico a hablar en público.

La Casa Real lo había mantenido en secreto pero la abdicación de Juan Carlos I hizo inevitable que el príncipe Felipe asumiera la corona y con ella la obligación de ser figura pública.

Su primer discurso coincidía con la fecha de su proclamación, en un acto solemne en el que el ya rey de España se dirige a las Cortes Generales y presta juramento de desempeñar todas las funciones que la Constitución le atribuye. Entre el miedo escénico a hablar en público, en este caso ante grandes oradores, y la mala conciencia de saber que no vas a cumplir nada de lo que prometes porque en ti se repiten los mismos vicios de tu padre, el discurso de Felipe VI fue un desastre. Casi fue incapaz de articular palabra y las pocas frases que salían de su boca eran ininteligibles.

Partidos y altas instituciones del Estado firmaron un pacto de silencio y acordaron poner al rey en manos de un logopeda y un maestro orador para que superara sus miedos y pudiera dirigirse al pueblo y cautivarlo con sus promesas.

Tras meses de fracasos, contratan a Antonio Ozores, cómico e irreverente logopeda, con curiosos métodos para la época, que sacará al ‘Preparao’ de su fobia, descubriéndole el origen de su enfermedad y devolviéndole la confianza que tanto necesitaba. Además, M. Rajoy enseña a Felipe VI todos los trucos de la oratoria, hasta que el alumno supera al maestro en el arte de hablar y no decir nada. El equipo se completa con Jaime Alfonsín y Jordi Gutiérrez, Jefe de la Casa Real y director de comunicación respectivamente.

Desde 2014, cada 24 de diciembre, el trio Felipe VI, Alfonsín y Gutiérrez, con el beneplácito de La Moncloa, se ríe de los españoles con un discurso lleno de frases vacías y carente de compromisos.

Este año, el más especial y difícil desde su reinado, se esperaba del discurso del rey un antes y un después pero hemos seguido con el antes. Ni una sola mención a los pecados familiares y silencio absoluto sobre su padre, refugiado en Abu Dabi e investigado por la justicia suiza y española. Ni una sola palabra para los ‘compiyoguis’ caídos en desgracia y en la antesala de la cárcel. Ni una palabra de crítica para los militares retirados que quieren fusilar a más de la mitad de los españoles y tampoco para los militares en activo que los jalean al ritmo de canciones fascistas. Nada que decir sobre los partidos de oposición y su deslealtad con el interés general. Nada que decir sobre el PP y la corrupción que lo corroe. Nada que decir sobre Vox y su terraplanismo fascista. Nada que decir sobre la trasgresión de la justicia desde los propios órganos judiciales… Nada que decir sobre los problemas reales de la gente: desempleo, desahucios, crisis del sistema público de salud por los recortes, boicot de la iglesia y las derechas a la Ley Celaá…

¿Y entonces, que dijo Felipe VI en su discurso? Lo de siempre, lo que le enseñó M. Rajoy: “es el vecino el que elige el alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde” (…) “Tenemos que fabricar máquinas que nos permitan seguir fabricando máquinas, porque lo que no van a hacer nunca las máquinas es fabricar máquinas a su vez”…; y sobre su padre se despachó con lo siguiente: “La indemnización que se pactó fue una indemnización en diferido. Y como fue una indemnización indifi… en diferido, en forma, efectivamente, de simulación de…, simulación, o de…. lo que hubiera sido en diferido en partes de una…, de lo que antes era una retribución, tenía que tener la retención a la Seguridad Social”… Y colorín colorado este cuento se ha acabado, y fueron felices y comieron perdices…

Felipe VI se retiró feliz hacia sus aposentos privados con una sonrisita condescendiente y orgulloso de haber engañado otro año más a los pocos súbditos que prestaron atención a su discurso, apenas un 14% de los 47 millones de españoles.

Plumaroja 20