Nada sobre su padre

Muchos pensaron que se trató de un discurso casi inexistente, una puesta en escena de palabras virtuales que no pretendían más que salir del paso y ganar tiempo. Los discursos del rey (y más en este caso) pasan por tantas manos, se releen, se pulen, se matizan hasta tal extremo por diferentes expertos que cuando llegan a los ciudadanos parecen resbalar como algo inasible o casi vacío de contenido. Era lo realmente esperable. Quien pensó que Felipe VI iba a incluir alguna consideración explícita sobre el comportamiento de Juan Carlos I es que pensaba de antemano en criticar su ausencia. No iba el Rey a tirar piedras contra el tejado de una institución ya suficientemente dañada por visibles y hasta ostentosas muestras de falta de ejemplaridad, dicho sea en ese lenguaje relamido tan utilizado en un caso en el que todos sabemos la verdad pero cada uno consiente o no, según su yo y sus circunstancias incluidas las morales. 

El resto era también esperable, las reacciones políticas o las reafirmaciones políticas que siempre arriman el ascua a su sardina al margen de evidencias e incluso de necesidades reales de los ciudadanos. Para quienes pretenden patrimonializar la monarquía igual que se adueñaron de la bandera, esa derecha ultraliberal tan religiosa y permisiva con todo tipo de negocios, fue un discurso impecable. La izquierda republicana trata de aprovechar lo que el no nombrado por su hijo les ha puesto en bandeja.

Durante el discurso del Rey, los ciudadanos seguimos poniendo la mesa mientras escribíamos wasap. Esta mañana de Navidad, el cartel tuneado de la película de Almodovar era uno de los más reenviados.

elObservadorDCLM