NOMADLAND

«Se cumplen 10 años del peor momento de la Gran Recesión: en la única circunstancia en la que el sistema aplicó de veras su máxima, que cada palo aguante su vela, el Tesoro de Estados Unidos y la Reserva Federal dejaron caer a Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión norteamericano. A partir de ese momento todo pareció posible. La destrucción tuvo muy poco de creativa cuando el miedo se convirtió en pánico y la capacidad autodestructiva de las finanzas sacudió el corazón del sistema, Wall Street, y amenazó con llevárselo todo, absolutamente todo, por delante. El 15-S de 2008 ha sido, poco más o menos, nuestra versión del crack de 1929; sus consecuencias siguen con nosotros y, de muchas maneras, marcarán para siempre nuestras vidas», Pérez, C (09-09-2018), Recesión a lo grande: crónica de los 10 años de crisis que cambiaron el mundo, El País.

Tras el colapso económico de 2008, Fern, una sesentañera de Nevada, tal y como hicieron los pioneros, colonos y vaqueros, primero, y los miles de inmigrantes de Oklahoma Kansas o Tejas, que perdieron sus granjas debido a una combinación de climatología adversa, la Gran Depresión y la voracidad de los bancos, después (todo ello retratado maravillosamente por John Steinbeck en Las uvas de la ira), coge su furgoneta y se embarca en un viaje hacia el Oeste americano.

Fern, nómada moderna que no vagabunda («No soy una sin techo. No tengo casa pero vivo en mi camioneta»), que lo ha perdido todo (marido, trabajo, hogar),  inicia un nuevo camino para explorar la vida fuera de la sociedad convencional. Una vida que late con fuerza pero de la que apenas se habla en los medios de comunicación.

Desclasados, mano de obra barata, temporeros que, pese a acercarse a la edad de su jubilación, se ven obligados a desplazarse por todo el país en busca de pequeños trabajos (contratos basura de días o semanas) que les permitan ir tirando.

La historia de Fern, y del resto de nómadas que la acompañan, es la historia de miles de personas para quienes la exclusión social (falta de participación en la vida cultural, económica y social, de sus respectivas sociedades por la carencia de derechos como el acceso a la educación, al mercado laboral o a las Tics) hace tiempo que dejó de ser un riesgo para convertirse en su única realidad.

Una realidad cuya existencia todos conocemos pero de la cual apartamos la vista con recelo y creciente incomodidad.

Sin embargo, esta road movie, dirigida por Chloé Zhao e interpretada magistralmente por Frances McDormand (cada arruga de su rostro habla por sí sola de sufrimiento), no trata solo de circunstancias económicas…

Dolor y pérdida.

Fern no puede permanecer quieta en un lugar, porque parar es añorar y añorar es desear partir. ¿Destino? Que la balanza se incline hacia este mundo o hacia el otro (suicidio) pende del fino hilo que te ata a la existencia.

Nomadland es una conmovedora alegoría sobre la vida y la muerte («Mi padre me dijo una vez que mientras alguien te recuerde no morirás»).

Los objetos bonitos pero innecesarios, la comodidad o la seguridad, cosas a las que hace tiempo no está acostumbrada, espantan, ahogan a Fern, porque las vive como una traición a su marido. El aparente movimiento continuo de su nueva existencia es solo un espejismo: sus pensamientos, sus sentimientos, orbitan alrededor de lo que fue y ya no es:

A los que tuvieron que irse.

Nos vemos en la carretera.

Tierna, emotiva y de una belleza abrumadora, Nomadland es, como muestra su epitafio final, una loa a los seres queridos que, por propia voluntad o por causas ajenas a la misma, ya no están con nosotros. Un canto a la esperanza de volver a encontrarlos on the road.

Tanto la música de Ludovico Einaudi (innecesaria en algunos momentos) como la impresionante fotografía de Joshua James Richards, imprimen un lirismo a Nomadlan que hace de ella un hermoso poema mudo.

La escena en la que Fern regresa a Empire y recorre el monstruoso edificio de la fabrica cerrada, las polvorientas calles del pueblo abandonado y, sobre todo, cuando entra a la fea casa prefabricada, su hogar durante tantos años, y se queda mirando los cajones vacios de uno de los armarios, me produjo un nudo en la garganta. 

Y es que si hay algo que destaca en Nomadlan es la sutileza y el enorme poder evocador de sus imágenes: se graban en la retina y despiertan en el espectador multitud de sentimientos encontrados e intensos.

Nomadlan es el Purgatorio en la tierra. Un estadio intermedio por el que vagan almas perdidas ayudando a otras porque, solo así, se reconcilian con el mundo y encuentran un sentido a su vida.

En Nomadland hay tragedia, pero no fatalismo. 

No se regodea en el sufrimiento, ni se deja envolver por él, simplemente lo muestra mientras los seres incompletos por la pérdida (del hijo, de los padres, del esposo, del amigo) siguen su camino, mitad impuesto, mitad elegido.

El pasado es doloroso. 

El presente duro. 

El futuro incierto pero, la línea infinita del horizonte, siempre brilla con un hermoso color azul.

Teresa Suárez Fernández