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DCLM.ES · Castilla-La Mancha · Sociedad
El volcán ha fracturado La Palma. Aún quizá sea pronto para hacernos una idea cabal de la nueva realidad surgida pero ya hay algunos rasgos evidentes de las consecuencias de este drama telúrico que ha dado la vuelta al mundo. En plena erupción, la ciudadanía palmera, aún sacudida por la pandemia, empieza a darse cuenta de que se avecinan tiempos muy difíciles y de que nada será como antes de este volcán cuyas coladas lávicas parecen negarse a adentrarse en el Atlántico.
La isla ha quedado partida en dos. El valle de Aridane, donde radica buena parte de su potencia agrícola y donde podía barruntarse algún desarrollo turístico que importantes sectores de palmeros, otrora, no han visto con muy buenos ojos, se ve sensiblemente afectado. Hasta la sostenibilidad se tambalea. Fincas, propiedades, viviendas, dotacionales y recursos han desaparecido o han sufrido daños de muy difícil, por no decir imposible, reparación. Y las infraestructuras, claro: carreteras, ingeniería de canales y tuberías, accesibilidad, instalaciones de diverso uso…
Si el panorama a este lado de la fractura es casi desolador, la contemplación de la otra parte no es más alentadora. El liderazgo de la capital, Santa Cruz de la Palma, ha ido disminuyendo. Notoria pasividad, carencia de iniciativa. Quizá haya llegado para sus instituciones y agentes sociales la opción de encabezar un proceso de recuperación que precisa de generosidad y altura de miras (visión de unidad y de isla, en definitiva) para cosechar y recoger frutos en un plazo temporal razonable.
La nueva realidad palmera obliga a la institucionalidad a hacer un colosal esfuerzo de planificación y de emprendimiento. Hablamos cuando aún se desconoce la dimensión del drama. ¿Hacia qué modelo? Esa es la pregunta, a sabiendas de que algunos no querrán ni plantearla. Pero, atentos, porque tampoco es cuestión de resignarse: las catástrofes –y esta lo es- obligan a rearmarse, a reconsiderar los procesos sociales, a replantearse muchas cosas para superarlas y afrontar las próximas décadas con ánimo de que sus generaciones reaviven no solo el espíritu y una manera de ser sino las ganas con tal de que puedan disponer de bases sólidas sobre los que edificar un porvenir esperanzador.
Quizá el ejemplar comportamiento de la ciudadanía palmera en estas fechas –sería injusto omitir esta apreciación, siguiendo el fenómeno desde la distancia y de las impactantes imágenes televisivas- sea el mejor estimulante para los cometidos que se avecinan. No es que haya hecho gala de solidaridad, que también, sino que ha demostrado que cuando se quiere, se puede. Sin arrugarse, aunque la incertidumbre, como es lógico, haya invadido muchos ánimos y haya hecho derramar muchas lágrimas, en silencio o a la vista de terceros, mientras se suceden las explosiones, las cenizas invaden azoteas, caminos y hasta la pista del aeropuerto, las prerrogativas de la fe religiosa también hacen acto de aparición como las primeras jerarquías políticas que han podido palpar sobre el terreno, después de acreditar la sensibilidad, que no es nada fácil lo que se avecina.
La otra sensibilidad, la mostrada desde el exterior, es también acreedora de reconocimiento. Los jugadores del Real Madrid y Mallorca, posando juntos intercambiados, sobre una pancarta en el césped en la que se leía ‘La Palma, fuerza y ánimo’, es una prueba irrefutable de querer que el drama telúrico acabe cuanto antes y que todos deben comprometerse para remontar.
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