El calor y el jamón de bellota

No desaprovechaba ninguna oportunidad para hablar con la peluquera sin más ambición que parecer simpático y agradable. De pequeño, su madre le decía, “lo importante es agradar”. Por eso se marchó con una gran sonrisa cuando le dijo: “¡vaya calor! Y ella le respondió: “¡ya te digo!”. 

Un poco más allá va el mecánico del taller de ruedas que hay debajo de mi casa. Dice que no es que haga calor: “Es que no hace frío”. Puede que haya escuchado campanas, aunque no está probado que Einstein dijera que el frío es ausencia de calor. El odio es ausencia de amor, pero ahora hablamos del tiempo que nos tiene fritos.

Yo mismo he pinchado con una chincheta un papel en el tablón de corcho de mi comunidad de vecinos: “Debido a las circunstancias climáticas, en esta comunidad se permite hablar del tiempo en el ascensor”. Lejos de despertar sonrisas como la del hombre que es amable con la peluquera, algunos vecinos han protestado, menos mal que se trataba de un anónimo. La más crispada, la que siempre está enfadada por todo, dice “¡pues vaya bobada, lo que hay que leer, ahora resulta que solo se puede hablar del tiempo en el ascensor!”.

Y menos mal que la mayoría nos hemos quitado la mascarilla. Yo tuve el Covid cuando ya no estaba de moda y nadie me hacía caso. Había comprado 150 gramos de un jamón serrano de bellota que, según Miguel, el charcutero, era el mejor aunque fuera muy caro. Cuando lo probé, era el peor jamón que había comido en mi vida: no sabía a nada. Bajé al super, a cantarle las 40 a Miguel. Menos mal que cambié el tercio y le dije: ¡Vaya calor, Miguel!, ¡Ya te digo!

El tiempo me salvó porque parece que ya he recuperado el gusto y el olfato.

elObservadorDCLM