La imagen que vale mil palabras

En ese instante concreto, casi ninguno estaba allí, alguno parecía ensimismado en el vacío o en la materia real que nunca falta para reflexionar. Solo Pablo Bellido miraba a la cámara, pero también estaba concentrado en sus pensamientos el día en que volvió a ser elegido presidente de las Cortes de Castilla-La Mancha. En el resto de los diputados del banco socialista aparecían semblantes ausentes, perdidos en sus insondables pensamientos que nadie debería atreverse a tratar de adivinar. A menudo, la política se deshumaniza pero pocas veces se humaniza.

Puede decirse que Page parecía preocupado, pensativo porque ha sido mucha la tarea que ya ha quedado atrás y mucha la que ahora tiene por delante, dentro y fuera, dentro de su mente y fuera de ella, debe formar gobierno, recolocar algunas fichas que se han caído del puzle, tal vez reconciliarse con enemigos y, lo que es más complejo, también con algunos amigos. Pocas veces pensamos que los políticos puedan tener una piel, una vida, una familia, unas ocupaciones, hijos, mujer, satisfacciones, sombras y no parece sencillo llevar todo en la misma mochila sin inmutarse. Un político como Page debe tener encendidas todas sus neuronas y mantenerse en calma, centrarse en lo que considera importante sin ceder nunca ante tentaciones en las que antes o después caemos todos los seres humanos: apatía, abatimiento, desánimo, yo paso.

Claro que Page puede estar muy satisfecho de su trabajo. Ahora sabemos con plena certeza que el PP habría pactado con Vox en caso de que Page no hubiera conseguido mayoría absoluta y que, para ello, no ha bastado una magnífica gestión porque en estas malditas elecciones y en las próximas cuenta el trabajo realizado, pero a veces mucho más la realidad paralela, el mundo ficticio de los bulos, las mentiras, los trajes…, que en muchos casos ha parecido ser mucho más efectivo que el trabajo realizado por y para la gente.

En la imagen hay otros rostros también muy reales como el de Blanca Fernández que parece tomarse un merecido descanso en el Bullaque o los montes de Porzuna; Martínez Guijarro, satisfecho, contemplando la Hoz del Huécar, otros, consejeros, diputadas miran en su interior, piensan, sienten… José Manuel Caballero levanta su rostro hacia la cúpula de San Gil con sus cuatro medallones. Cuando se construyó el convento, los franciscanos descalzos tenían la norma de que nada debía entorpecer la concentración en sus oraciones y por eso la cúpula era blanca, sin pinturas y sin adornos.

No podemos saber ni inventar qué piensan, pero sí podemos asegurar que en ese instante todos se habían abandonado en una profunda y hasta delicada autenticidad: ¡vaya elecciones!

elObservadorDCLM