Una guerra solo demuestra una cosa: la estupidez del ser humano

Siempre recordaré una entrevista con un bosnio. Me contaba que desde niño había sido pacifista, “llegaba a tal extremo que me iba de casa cuando mi madre mataba una gallina para la cena de fin de año, no soportaba que utilizaran ni un matamoscas en casa… Pero cuando llegó la guerra y vi a un serbio jugando al fútbol con la cabeza de mi hermana, salí a matar. La familia me ha obligado a abandonar aquel horror, me han enviado a España…”.

Una guerra solo demuestra una cosa: la estupidez del ser humano. Y, una vez más, también el egoísmo, el apetito de poder o de venganza, las estrategias a corto y largo plazo, la rapiña, nacionalismos e imperialismos, el control de un territorio o de sus recursos naturales, el enfrentamiento entre religiones, costumbres e ideologías. Y si aún sumamos las enormes ganancias de quienes se aprovechan de ellas como las industrias de armamento que ganan miles de millones con las guerras, nunca nada de eso sumado vale lo que vale una sola vida humana.

Nos parece un milagro cuando nace un bebé, luchamos por los hijos, por los padres, por los ancianos, nos cuidamos, vamos al médico, al hospital, a menudo vivimos episodios desesperados por mantener hasta el último aliento de un ser humano, gastamos infinitos esfuerzos por vivir cada día mejor, en fin, nada nuevo que no vivamos todos cada día, me han detectado un bultito, me han dado el resultado de la analítica, no duermo pensando que se le haya podido reproducir, celebraciones, cumpleaños, bodas, risas, amor...

Le damos mucho valor a la vida que es un milagro y, además pasajero pero, al tiempo, en cinco minutos cientos de bombas destrozan los edificios por los que tanto también lucharon otros seres humanos para tener un hogar, se desmoronan bajo el polvo, quedan bajo los escombros cientos, miles de vidas. Porque ahora mismo el objetivo es la destrucción total de enemigo, hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos...

A estas alturas de evolución de la vida en el planeta, de la suma de inteligencias que han alcanzado metas insospechadas, avances científicos y de comunicación, ahora que hemos conseguido alargar la vida y que los 60 sean los antiguos 30, al mismo tiempo que admiramos creaciones, edificios, ciudades, obras de arte, música que nos deleita y nos estructura, al mismo tiempo que una pareja se ama, miembros de cuerpos de seres humanos saltan por los aires.

A estas alturas, las guerras deberían estar prohibidas o, más bien, deberíamos pensar en ellas como algo del pasado, de cuando el ser humano era un auténtico energúmeno. Sin embargo, cada año permanecen abiertas en el mundo alrededor de 30 guerras.

No lo veamos como algo normal. No sé qué podemos hacer porque siempre hay dos bandos cargados de razones para matar, para destrozar, aniquilar. 

Nada de lo que yo diga, nada de lo que piensen millones de personas va a detener tanta destrucción, tanto dolor, pero al menos hay que decirlo: una guerra solo demuestra una cosa: la estupidez del ser humano.

elObservadorDCLM