Sal del bovarismo, supéralo ya Alberto

Hay un momento para la pataleta, las cosas no han ido como pensabas o como te dijeron que iban a ir, vale, pero, mejor antes que después, es necesario que aceptes la realidad tal cual es y no trates de estirar el chicle rumiando en el pesebre del bovarismo. No es que te esté llamando bobo, nada más lejos. Me refiero al síndrome de no aceptar el presente y vivir la angustia permanente de un futuro mejor, un principio inspirado en la figura de madame Bovary. Como sabes, Emma Bovary estaba casada con un médico de clase media, un hombre aburrido, incapaz de satisfacerla y de cumplir todos sus sueños: aspiraba a un mejor estatus social, a la riqueza abundante y, por si eso fuera poco, a la locura de un amor romántico. 

Bovary se veía a sí misma como una heroína y, en sus ensoñaciones, estaba convencida de que iba a alcanzar esos objetivos imposibles. 

Los psiquiatras, Alberto, aplican el síndrome por extensión a las personas que tienen problemas con una insatisfacción crónica producida por el frustrante contraste entre su ilusión y la realidad. No son capaces de diferenciar los sueños de la vida real.

Otra de las constantes de las personas bovaristas es que necesitan de manera enfermiza adherirse a otra persona que le dé sentido a su vida.

Parece, Alberto, que tú has elegido a Santiago, que vas con él de la mano al radicalismo adolescente, en vez de seguir los consejos de los terapeutas, entre ellos que te vayas aceptando a ti mismo como eres, con tus logros reales, con tus frustraciones. 

Disfruta, Alberto, de lo que consigues, no te obceques, evita estar rumiando pensamientos negativos (“no he sido capaz”) y mucho menos echar siempre la culpa a los otros montando alborotos que ya casi pareces una histérica francesa echada al monte, mucho menos literaria que la heroína de Flaubert. Piensa, Alberto, que esta novela abrió la puerta a la modernidad literaria, aunque fue socialmente muy criticada porque nuestra siempre insatisfecha Emma se lanzaba a los brazos de amoríos diversos que nunca lograban colmar sus objetivos.

Resulta que el escándalo de la publicación de la novela fue tan grande que su autor y su editor fueron procesados por “ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres”. Tu, que eres el anagrama de la moral pública.

Al final, Alberto, el autor y el editor se salvaron al interpretar la justicia que la muerte de Emma, al final del libro, era un rasgo moralizante. En tu caso, si sigues insistiendo en no aceptar el destino que te has labrado puede que solo te salve tu muerte política, ya sabes que te mueves en un mundo donde tus jefes son mucho más bovaristas que tu, no aceptan la derrota de sus sueños y también suelen buscarse pronto otros amantes. O si no, que se lo digan a Pablo Casado que quiso cambiar la sede de su partido para que no se identificara con la corrupción y terminó cambiando de casa y de vida y desapareció sin más comentarios. 

Con aquel juicio en Francia, en el siglo XIX, sucedió otra cosa bastante curiosa. Resulta, Alberto, que con el tiempo se descubrió que el fiscal imperial que cargaba con argumentos moralizantes contra la novela, un tal Ernest Pinard, era un escritor anónimo de poemas eróticos, un divertido episodio de hipocresía que no llega, por supuesto, a considerarse “lawfare”. 

Finalmente, Alberto, el consejo sincero es que aceptes el presente porque vivir esperando un futuro que no se cumple puede conducirte a ese estado de insatisfacción crónica, el bovarismo.

Déjalo ya, Alberto, supéralo, da un paso al frente, deja de alimentar expectativas irreales para no sentirte frustrado, que ya se te nota en la cara. Según los psicólogos, “lamentarte por lo que te ha ocurrido no cambiará la situación. Hasta cierto punto puede ser catártico, pero si te quedas atascado en las quejas te convertirás en una víctima de las circunstancias”. 

Y recuerda también lo que dijo Jung: “A lo que te resistes, persiste”. 

A ver si vamos a tener Sánchez para rato por tu cabezonería.

Gloria Gallas