UN DIA COMO HOY DE 1936. La historia de "mentira" que nos contaron de niños

A los que estudiamos Historia, en el colegio, en los años 60, nos contaron lo patriota que fue el general Moscardó, cuando “defendió” el Alcázar de Toledo, de unos “desaprensivos” republicanos que se empeñaron en bombardearlo.

Nos hablaban de la religiosidad del militar que “dejó que los enemigos mataran a su hijo” mientras le hacía una única petición “encomienda tu alma a Dios”.

No solo lo estudiamos durante décadas, sino que las visitas al Alcázar tenían un lugar de honor: el que fuera despacho del general, en el que a cambio de unas monedas, se podía escuchar una réplica de la célebre conversación entre el padre y el hijo, llevada a cabo en el mes de julio de 1936, tan solo unos días después de que (según el libro de Historia) “el ejército nacional comenzase la gloriosa cruzada”.

Muchos hemos sido los que crecimos con esta historia y también muchos los que descubrimos que toda ella era falsa, o al menos no era como nos la impuso el ejército vencedor de una contienda que jamás debió producirse. Pero los vencedores no solo querían ganar si la victoria no llevaba aparejada el desprecio a quien defendió la legalidad vigente. Los desaires, los ninguneos, la degradación arrinconándoles de la sociedad. Los rebeldes no solo querían ganar… tenían que humillar.

Lo lamentable es que siempre había alguno que se creía a “pie juntillas” lo que decían los libros de Historia o no quería entrar en polémicas, seguramente porque no tenía ningún familiar “tirado” en la cuneta de una carretera o en la fosa común de alguna cárcel o cementerio.

Hoy, 88 años después, hay una ultraderecha recalcitrante, convencida de que una mentira dicha muchas veces se hace realidad y que aún se empeña en defender la teoría de los libros de Historia de hace 60 años, manteniendo, entre otras, la cruel y vergonzosa mentira de un personaje, al que el dictador regaló el título de Conde del Alcázar de Toledo.

Moscardó llegó a la Academia de Infantería de Toledo en el año 1896, cuando contaba con 18 años de edad, y aunque su formación le exigía permanecer en la institución dos años, España necesitaba “mano de obra militar” para los conflictos del Cuba y Filipinas, por lo que al protagonista se le eximió de la realización de la mitad del tiempo y tras un año recibió el título de 2º Teniente de Infantería.  

Su primer destino fue Madrid, desde donde debía viajar a Filipinas, en plena contienda bélica, pero no llegó a trasladarse, sino que el azar (nuevamente) le dejó haciendo guarnición en Cádiz primero y después en Granada.

Empeñado en llenarse de méritos militares, parecía que el destino intentaba negárselos. Bilbao, Madrid y Alcalá de Henares fueron sus destinos antes de acudir en auxilio de los ciudadrealeños, cuando una plaga de langosta asoló la provincia en el año 1901.

Tras este acontecimiento y una sonada boda ascendió a capitán. Después vinieron Burgos, Pamplona, Oviedo, Melilla, Ceuta, Almería…

El 16 de febrero de 1936, las elecciones dieron el triunfo a la izquierda agrupada en el Frente Popular y Manuel Azaña se convirtió en presidente del Gobierno. He dicho bien, no Pedro Sánchez… no… Manuel Azaña.

Ya sabemos que la derecha siempre ha tenido un “mal perder” y a partir de ese momento, casi como ocurre hoy, la derecha y la ultraderecha fueron dando vueltas de tuerca hasta que los altos mandos militares fueron “reposicionándose” para hacer méritos. El General Mola y Francisco Franco cambiaron de destino, pero Moscardó, que era poco importante en ese momento, se mantuvo en el puesto que no era otro que la Escuela de Educación Física de Toledo. El Gobierno republicano le había encomendado preparar al equipo olímpico que tenía que participar ese año en las olimpiadas de Berlín.

Precisamente la sublevación militar (que no el glorioso alzamiento) le pilló de camino a Berlín. En concreto estaba en Barcelona, y allí comprobó que no era nadie para los líderes de la insurrección de ese momento, Franco y Mola, quienes le consideraban un personaje poco influyente.

Sin embargo Moscardó quería unirse a los rebeldes a toda costa y por ello decidió regresar a Toledo ese mismo día y atrincherarse inicialmente en la Fábrica de Armas de Toledo, porque su responsable estaba ausente y alguien tenía que hacerse al mando.

El 18 de julio de 1936 el Gobierno español, democráticamente elegido y legítimamente constituido, necesitaba repeler los ataques de los rebeldes y para ello necesitaba armar al pueblo. Por esta razón fueron muchas las llamadas de teléfono que recibió el general Moscardó  aquel día, en el que se le solicitaba, una y otra vez, el envío urgente de armas a Madrid, algo que el “meritorio” y “glorioso” general se negó a hacer, desobedeciendo la orden de sus superiores y colocando a la ciudad de Toledo en un auténtico peligro, sin importarle un ápice la ciudadanía en ese momento.  

A las 7 de la mañana del día 21 de julio, el general Moscardó dio un nuevo paso al frente y declaró el estado de guerra en su plaza, la que él defendía (¿?). Se posicionó abiertamente del lado de los rebeldes y en contra del Gobierno.

La legalidad vigente no se hizo esperar y el Gobierno envió desde Madrid a Toledo una columna militar que obligó a los seguidores de Moscardó a refugiarse, no encontrando para ello, en toda la ciudad, mejor lugar que el Alcázar de Toledo, donde llegaron a juntarse 1.290 hombres, 550 mujeres (sus esposas) y 50 niños (sus hijos) a los que pretendían refugiar. Poco le importaba en aquel momento, a nuestro protagonista y a sus seguidores, que la ciudad volara por los aires.

Junto a ellos también estaban 26 rehenes republicanos, que habían hecho prisioneros.

Los rebeldes no se escondieron con las manos vacías, sino que lo hicieron con todas las armas que pudieron trasladar desde la Fábrica de Armas. Fusiles, ametralladoras y algún que otro mortero.

El 25 de julio los republicanos intentaron hacerle entrar en razón utilizando para ello a su hijo… y ya sabemos el final de la historia, aunque tampoco del todo exacta. Hay quien cuenta que el propio Moscardó escuchó el disparo que mató a su hijo, pero no es cierto, su hijo murió un mes más tarde, tras haber sido bombardeada la ciudad por los rebeldes y haber cosechado para la causa “derechista” un buen número de muertos toledanos.

En 60 días de asedio, cayeron sobre el Alcázar de Toledo más de 15 mil proyectiles de artillería, 500 bombas de avión y dos minas cargadas con 2.500 kilos de trilita, cada una de ellas, y cuyas explosiones se dejaron sentir en un radio de 70 kilómetros. Tambien cayero sobre su patio cientos de bocadillos y envases con leche, en este caso suministrado por los aviones italianos y alemanes. 

El 28 de septiembre cuando el fascista general Varela entró en Toledo, Moscardó tuvo la osadía de decir la célebre frase de “sin novedad en el Alcázar”.

Me ahorraré los comentarios, pero es evidente que hubiera sido “sin novedad” si al cobarde le hubiera dado por esconderse en otro lugar y no poner en riesgo, como puso, no solo un edificio emblemático de la ciudad, sino a toda la población de Toledo.

Con la ayuda de italianos y alemanes, su desastre en el Alcázar y su participación en dos de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil, como fueron la Batalla de Guadalajara y la del Ebro, fue como el general Moscardó, llegó a ser “Conde del Alcázar de Toledo” y Capitán General.

Esta si es la historia real y así lo cuentan los archivos que se pueden comprobar. La escribo por si alguna vez, tengo nietos a los que intenten contarles la historia que no fue, porque entre aquellas derechas y las de hoy… cada vez veo menos diferencia. 

P. Moratilla