UN DÍA COMO HOY DE 1826 Fue ejecutada la última víctima de la Inquisición española

La mente es sabia y cuida al resto del cuerpo, por eso los recuerdos malos se olvidan pronto y deja prevalecer todos aquellos que en algún momento nos llenaron de felicidad.

Esta es, probablemente, la explicación de que cosas como “la Inquisición” nos parezcan algo muy remoto en el tiempo. Como si de ella nos separaran al menos media docena de siglos. Nos suena incluso a medieval pero nada hay más incierto. La última víctima de la Inquisición fue ajusticiada en el siglo XIX. En concreto en la ciudad de Valencia un 31 de julio de 1826.

La última víctima de la inquisición era un maestro de escuela de nombre Cayetano Ripoll, al que se le acusó de no creer en los dogmas católicos, y fue condenado a muerte por hereje.

Este maestro de escuela nació en la localidad leridana de Solsona y siempre fue muy curioso para las enseñanzas y el aprendizaje. Pronto aprendió Gramática y Filosofía, aunque solo lo guardaba para él en un tiempo en el que trabajaba en un comercio.

Hizo frente a la ocupación francesa, gracias a sus conocimientos, desde el rango de oficial de infantería, hasta que fue hecho prisionero y llevado a Francia, conde se relacionó con un grupo de cuáqueros (cristianos protestantes pacifistas).

En 1823,  una vez finalizada la contienda, se licenció del Ejército y comenzó a ejercer de maestro de los niños de la huerta valenciana en el barrio de Ruzafa.

Quien lo conoció lo describía como alto, robusto, con una poblada barba negra y el pelo largo.

El mismo construyó la barraca que fue utilizada a modo de escuela, junto a todos los vecinos.

Nunca comía carne porque según decía “es triste que haya que matar animales para que sobrevivan otros”.

Su bondad le hizo ganarse la confianza de los vecinos, sobre todo de aquellos más necesitados, que cuando retiraban de la escuela a sus hijos, por falta de medios para pagarle, se veían visitados por “el maestro” que daba clases particulares a sus hijos en su propia casa.

Cierto día una vecina, le preguntó que por qué no iba a misa los domingos y Cayetano respondió con completa normalidad que él sabía más que los curas.

Pocos días después, un grupo de vecinos analfabetos denunció ante la inquisición al maestro por no seguir los rituales del catolicismo y se convirtió en el enemigo de los frailes a pesar de su bondad, su desprendimiento y el amor a sus semejantes. Algo de lo que siempre hizo gala y que le fue reconocido por todos los vecinos del lugar.

Sin embargo en 1824 fue detenido y llevado a la cárcel inquisitorial de Valencia, donde permaneció durante dos años, en los que a pesar de los martirios infringidos y las torturas aplicadas a su cuerpo y a su mente, no rectificó un ápice en su comportamiento.

Se le aplicó la ley medieval de Las Partidas, que condenaba a muerte a los cristianos que abjuraban de su fe, para hacerse judíos o herejes.

Se le sentenció a morir en la horca y a ser quemado, pero como en el siglo XIX ya nadie en toda Europa era quemado en la hoguera, alguien decidió que se pintaran las llamas en una cuba que se colocaría en los bajos de patíbulo.

La Audiencia de Valencia, sin autorización del rey, dictó y ejecutó la sentencia, un día como hoy, 31 de julio de 1826.

Una vez ahorcado se metió el cuerpo en la cuba y esta fue lanzada al río Turia entre los gritos y las risas de la ciudadanía.

Los hermanos de Paz y Caridad, recogieron el cuerpo y lo enterraron en el lugar en el que estaban enterrados los condenados por herejía, fuera del cementerio.

Hoy se le recuerda en Valencia, con una plaza que lleva su nombre,  gracias a la ley de Memoria.

P. Moratilla