Adiós Dclm.es

Siempre cuesta trabajo decir adiós. Se hace difícil cuando se ha dejado una parte de la vida defendiendo un proyecto, una idea, un trabajo…

Hoy digo adiós, al que ha sido uno de mis motores de los últimos 6 años. Hoy tengo que decir adiós al que me ha dado de comer en este tiempo: El Diario de Castilla-La Mancha.es (Dclm.es).

El tiempo ha pasado raudo, desde que escribí un artículo de opinión, y un buen amigo me pidió permiso para hacérselo llegar al director del medio. Encantada con la idea, no solo le di permiso, sino que además le supliqué que lo hiciera. El resultado no se hizo esperar. Ese mismo día, el director me dijo que si quería formar parte del equipo del Dclm.es. Todo un orgullo para mí tras haber sido habitual lectora del medio.

Mis amigos se alegraron de ello, siempre había dicho que me encantaba escribir, y que si me pagaran por ello “sería la mujer más feliz del mundo”, y precisamente esta fue la respuesta que le di al director de este periódico digital.

Tampoco faltaron los que pensaron que esta contratación obedecía a un enchufe, o quien pensó que este puesto “me venía grande”, pero eso fue algo que jamás me importó. Quien hace ese tipo de especulaciones sin conocer el fondo de las historias, no merece un ápice de mi respeto.

Han sido seis años de intenso trabajo. Seis años en los que pasaron por mis manos cantidades ingentes de noticias nacionales, pero sobre todo de noticias de esta tierra y de la que he tenido el privilegio de aprender no solo informativamente, sino también históricamente, geográficamente y lo que es más importante etnográficamente para entender un poco más, si cabe, a sus gentes.

Me sentí afortunada, y agradecida porque todo el mundo habla de las herencias de los padres y por qué no, en esta ocasión, hablaré de la mía. Mi abuelo materno me dejó un pequeño y sencillo bolígrafo. Sin florituras gramaticales. Más bien un lenguaje claro y conciso, con el que escribir todo aquello que se reflexiona, para ser capaz de llegar no sólo a las mentes más obtusas, sino también a las más nobles y simples.

Mi padre me dejó un tintero lleno de sentimientos con el que escribir “verdades”, porque la boca a veces miente y los ojos de un escritor no se pueden mirar. Las mentiras por escrito, siempre son testigo y prueba de qué clase de persona las escribió.

Con estos ingredientes, fui testigo del cese oficial de ETA. De la moción de censura de Pedro Sánchez a Rajoy. De la victoria y la caída de Pablo Casado. Del populismo y el olvido a Pablo Iglesias. De la inocencia y la “lascivia” de Íñigo Errejón y de la traición de José Manuel Molina al presidente García-Page en la votación de un presupuesto.

Puse todo mi empeño en demostrar las mentiras de la derecha en sus discursos. Puse mi lágrima en la búsqueda de Julen y saqué mi vena más dura con los independentistas catalanes.

Se me encogió el corazón con los incendios y me sorprendí con la decisión del rey emérito de abandonar España. Con la elección del actor y comediante Vladimir Zelenski como presidente de Ucrania. Con el asalto al Capitolio y con el salto a la valla de Melilla de los 8.000 marroquíes.

Sentí que se hacía justicia con la inauguración del hospital de Toledo, tanta, como con salida de Franco del Valle de los Caídos, con la dimisión de Albert Rivera y con la inhabilitación de Quim Torra.

Celebré los resultados de las elecciones municipales, autonómicas y nacionales y me “aguanté” con algunos pactos, de la misma manera que me preocupé por los acuerdos posteriores de las derechas en temas como la violencia de género, aun habiendo aprendido lo que es un “beso robado sin consentimiento” tras el beso de Rubiales a Jenni Hermoso.

Sufrí enormemente los recuentos de víctimas del coronavirus durante tres años. Los cierres de fronteras, estados de alarma, confinamientos y paralización de la actividad económica. Todo ello con una mascarilla que cubría parte de mi cara.

Luché con todas mis fuerzas, al reclamar el agua allí dónde hace falta, en mi tierra, sin que tenga que salir "contranatura" de ella. 

Defendí hasta la última gota de mis fuerzas lo que creí justo y dejé de escribir cuando “algún asesor” me empezó a poner la zancadilla cuando defendía a quien siempre consideré un amigo, y con el que hace años que no puedo hablar.

Hoy digo adiós a “mi periódico”. Ese que me dio noches de insomnio, que me creó ansiedad tras comprobar que me llenaba la vida, pero sobre todo que me llenó de enormes y habituales momentos de felicidad. Que me enseñó que teletrabajar es mucho más que trabajar. Con el que llegue a conocer a mucha gente. A tomar cariño a quienes nunca imaginé que pudiera hacerlo y a apartar de mi vida a quienes durante mucho tiempo consideré “amigos”.

Queridos lectores… hasta siempre…

P. Moratilla