Adolfo Suárez: una marcha por la dignidad

La cola de la manifestación celebrada en Madrid de la llamada Marcha por la Dignidad coincidió en el tiempo con la muerte de un hombre cargado de dignidad y otras cualidades como el trabajo, la fortaleza, el diálogo, la distensión, la concordia, el viaje a la razón, la construcción o la visión de futuro de un país que salía de una larga dictadura tras una guerra fratricida.

Hace unos días recordábamos en otro editorial aquella frase de Suárez en su primer discurso en televisión en 1976: "Elevar a la categoría política de lo normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal". La frase es siempre vigente y más en estos momentos en los que miles de personas reclaman dignidad en la calle ante los casi seis millones de parados, las decenas de miles de desahucios y los miles de millones de recortes en gasto social. Una multitudinaria protesta en la calle que hará mínima mella en el actual gobierno cada vez más alejado de la calle.

Ha llovido mucho desde los años setenta pero lo que ahora mismo sienten muchas personas es que los principios que inspiraron aquella transición han sufrido un tremendo deterioro: los poderes financieros, la corrupción, la indignidad de no cumplir un programa electoral, los retrocesos en libertad y en derechos sociales como la sanidad o la educación para todos, la protección de las familias y de los mayores o el impresionante abismo entre los más ricos y los más pobres. Fueron cimientos que luego se consolidaron en lo que parecían ya sólidos edificios. Y ahora se han destruido en pocos años.

En la calle es plenamente normal reclamar hoy una vida digna para la mayoría de los ciudadanos, para todos los ciudadanos. Y los políticos, el gobierno debe identificar e identificarse con los pesares diarios de las personas a las que gobiernan, intentar por todos los medios aliviarlos, considerar normal y evidente que su trabajo debe ir dirigido a mejorar la vida de las personas.

Al margen de su azarosa vida, desde el reconocimiento hasta el aislamiento político y humano, el papel de Suárez ha pasado ya a la historia de España como una marcha por la dignidad, esa palabra cuyo significado, hasta hace poco, los niños aprendían cuando estudiaban Educación para la Ciudadanía.

Y entre las muchas de las cualidades de Adolfo Suárez también destaca el carisma, una persona que irradiaba un enorme magnetismo, sobre todo en sus primeros años de gobierno y que aún perdura cuando se ve su imagen en fotografías o en televisión. Es algo que ahora mismo y junto a buena parte de la dignidad, echamos de menos los ciudadanos: carisma y dignidad.



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