Tres modelos: Bono, Barreda, Cospedal

Bono era muy exigente, imprimía tensión en la administración y entre los cargos que nombraba. Eran más que leyendas los paseos nocturnos del presidente para comprobar si alguien se había dejado una luz encendida en una Consejería; también eran de verdad sus libretas, sus grabadoras y su memoria donde apuntaba o guardaba hasta el más mínimo detalle, fallos en el pavimento, una farola, faltas en un comportamiento y, en especial, el más mínimo atisbo de corrupción. Eso hacía Bono cuando era presidente de Castilla-La Mancha y existen múltiples anécdotas en este sentido.

Con Barreda llegó la distensión. Bono ya no estaba para comprobar personalmente si un funcionario llegaba dos días seguidos tarde a su puesto de trabajo. Se rebajó el celo, se impuso una cultura política basada en evitar la polémica o el enfrentamiento con nadie. Aquello que tanto repetía Barreda de "gobernar en coalición con la sociedad" parecía entenderse como no tomar nunca decisiones polémicas. Para ascender en la "administración Barreda" era mejor pasar inadvertido. La distensión no significaba que Barreda careciera de un fuerte carácter: lo tenía y, también por eso, pocos procuraban llevarle la contraria o decirle en su caso: "te estás equivocando, José María".

Bono y Barreda viajaban cada día por Castilla-La Mancha. Ningún pueblo de nuestra geografía les quedó por visitar. Bono nombraba a Juana, la pastelera, al de la coleta y a su nieto, Juanito. Barreda aseguraba que su intención era crear un sistema de protección de los castellano-manchegos "desde la cuna a la tumba". Bono dio tres vueltas al mundo sin salir de Castilla-La Mancha en aquellos viejos coches llenos de kilómetros hechos por nuestras tierras que Cospedal subastó luego como si se tratara del despilfarro de un parque movil de lujo.

Cospedal llegó con una consigna clara: "cada día hay que matar a un socialista". O a un sindicalista. O a cualquier funcionario díscolo. Se entienden muertes políticas o laborales, claro. La agresión hacia el gobierno de Barreda se convirtió en una obsesión desde los primeros días de gobierno porque había que justificar la adopción de unas medidas impopulares sin que se notara que se trataba de un retroceso radical en las conquistas sociales de los últimos treinta años. Y eso afectaba a los cargos del gobierno, sobre todo, a los más visibles. Había que aprovechar la crisis (que la había y fuerte, aunque no solo en Castilla-La Mancha) para justificarlo todo, incluidas las privatizaciones, las ventas al mejor postor o a postores conocidos de lo que se había levantado con el esfuerzo y el dinero de muchas generaciones anteriores; por ejemplo, nuestros hospitales. Y para ello nada mejor que culpar al anterior gobierno que supuestamente lo había dejado todo tan mal que ahora era necesario adoptar medidas drásticas como las que hubiera adoptado un viejo dictador: recortar, echar a sanitarios, docentes y funcionarios, poner patas arriba nuestro sistema sanitario y nuestra educación, hasta desmontar todo un entramado social pagado por los ciudadanos a lo largo de los años, con sus impuestos. Para mantenerse en el cargo había que utilizar cada día un lenguaje más abrupto e insultante, algo inédito en la democracia. El consejero portavoz se convirtió en el portavoz de las ofensas. Así, la violencia verbal se fue instaurando en la administración al tiempo que el caos reinaba en las distintas Consejerías por diferentes motivos. Uno de ellos es que gran parte de los altos cargos del gobierno de Cospedal viven en Madrid y llegan en cada día en AVE a la región. Pero lo peor son las ausencias de la Región de una presidenta que es además secretaria general de un Partido Popular que vive la crisis más grave de su historia. Así, la dedicación a nuestra tierra es "en diferido".

Desde luego, el modelo de control absoluto de Bono de todo lo que pasaba en Castilla-La Mancha está a años luz de Cospedal. Y también el modelo de defensa de nuestra comunidad, un férreo apoyo a Castilla-La Mancha que demostraron tanto Bono como Barreda aunque tuvieran que enfrentarse con un gobierno del Estado de su mismo signo político. Algo impensable en el caso de Cospedal que, todo lo contrario, ha forjado su trono en Madrid utilizando Castilla-La Mancha a su capricho.

Si a ello añadimos unos responsables de comunicación también agresivos y poco dialogantes, comprenderemos por qué Bono y Barreda recibían aplausos y besos en sus viajes por Castilla-La Mancha y Cospedal ni siquiera viaja por nuestros pueblos: primero, porque no tiene tiempo y, segundo, porque lo que recibe son abucheos.

En definitiva, Bono y Barreda estaban construyendo Castilla-La Mancha y Cospedal la está destruyendo.