El coronel ya tiene quien le escriba

"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla".

El alzhéimer, diagnosticado en 2006, fue generoso con García Márquez, le regaló tiempo, tiempo de cordura, tiempo para legarnos Vivir para contarla el relato, tal vez premonitorio, de sus memorias antes de perder la suya para siempre. La novela de una vida.

Remedios, la bella, aquella que se "quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos", descendió un día de abril, Jueves Santo, y le tendió su mano para elevarse los dos hacia "los altos aires donde no podían alcanzarles ni los más altos pájaros de la memoria".

Desde esa posición privilegiada, observan la escena. El ataúd luce adornado con cientos de pescaditos de oro, fabricados por el Coronel Aureliano Buendía en su taller de orfebrería, que refulgen con los rayos del sol. El cortejo funerario avanza lento pero feliz. Lo encabeza Melquiades, ese gitano "corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión" que, pese a los años transcurridos, sigue asombrando a la concurrencia con sus maravillas traídas de todas partes del mundo. Tras él, tan dispares y tan complementarios, José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán que, tras librarse de su condena a Cien años de soledad, caminan seguidos por toda su estirpe hacia el lugar donde por fin reposarán, todos juntos, en paz.

Les siguen Santiago Nasar y los hermanos Pedro y Pablo Vicario quienes, una vez saldadas sus cuentas a cuchilladas, en lo que fue la Crónica de una muerte anunciada, hacen gala de una camaradería atípica y sospechosa pero recubierta de un sosiego que tranquiliza a todo aquel que los contempla.

Una niña de doce años, Sierva María de Todos los Ángeles, quien mucho sabe Del amor y otros demonios, con su larga y esplendida cabellera, que extendida en el suelo mide veintidós metros con once centímetros, sonríe sin rencor al perro "cenizo con un lucero en la frente que irrumpió en los vericuetos del mercado el primer domingo de diciembre, revolcó mesas de fritangas, y de paso mordió a cuatro personas que se le atravesaron en el camino" que le transmitió el mal de rabia.

Cierran la comitiva, que transita soñadora por las calles de la hermosa, fragante y colorida Cartagena de Indias, a orillas del mar Caribe, Fermina Daza y Florentino Ariza, viva imagen de El amor en los tiempos del cólera y en cualquier otro tiempo "pues habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte".

No se me ocurre mejor Réquiem que Hay Amores

A Gabo le habría encantado.

Teresa Suárez