Los nuevos Quijotes en su nuevo mundo de caballerías virtual / Julio F-Sanguino Fernández

Cervantes presentaba a Don Quijote como un hidalgo, con una alimentación monótona, como su vida, y bien atendido, ya que tenía en su casa “una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera”. Aparentemente, vivía sin preocupaciones: “Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda”.

Nuestro inmortal escritor dirige inicialmente su novela con fina ironía al “desocupado lector”, como el ocioso Don Quijote. Intencionadamente, parece que quiere confundir al ojeador de su obra, a la que definía como “una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina”. Y también al presuntuoso, al matizar que presentaba un texto “sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes”. Pero al final, Cervantes, sabedor de sus enseñanzas, muestra su reconocimiento a los que hubiesen percibido sus mensajes en un libro que era para él era “hijo del entendimiento”, señalando: “Tú lector, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más”.

En efecto, en “Don Quijote de la Mancha” se ponen de manifiesto los diversos vicios y defectos nacionales de aquellos años. Ahora bien, al recogerlos Cervantes con tanta cordura y sensibilidad, envueltos en un lenguaje magistral y entendible a través de disparatados personajes, no es de extrañar que sus textos sean un referente a la hora de tratar algunos temas y un honor para quien los transcribe. Algunos de ellos, enriquecieron mi ensayo sobre “Los exilios de Don Quijote”, concluyendo que deseaba que las lecturas de “Don Quijote” fueran solo historias de un viejo caballero, no bellos referentes para adornar los horribles males que inexorablemente seguirán azotando a la humanidad.

Tristemente, se aprecia al cabo de algunos años que esos mismos males siguen estando presentes en el mundo que nos ha tocado vivir, y en el que, como en el de la novela, existen igualmente personajes ociosos abocados a un mundo imaginario, como el que se sumergió Don Quijote. Nuestro caballero era hidalgo y no escatimó para poder llegar a su exilio interior: “y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas fanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer”.

El determinismo que nos invade, pero que sigue manteniendo un paralelismo con el ambiente encorsetado en el que se desenvolvieron nuestros caballeros, genera igualmente colectivos en los que existen individuos que precisan de otros mundos interiores reparadores. Sería el caso, por poner algunos ejemplos, el de los jubilados, por edad o a la fuerza; los parados, unos quietos y otros que quisieran moverse; o, incluso, entre los propios trabajadores, donde cada vez hay más que cumplen su función a tiempo parcial, porque su empleador no es imparcial. Etc. etc.

Cervantes cita entre las pertenencias de Don Quijote una “adarga antigua”, escudo de cuero que habría servido para defenderse en otros tiempos, en alusión, entiendo, a que no le pudo proteger de su mal. Ahora bien, el sistema actual pone a disposición de todas esas personas, aparentemente ociosas, modernos libros de caballerías gratuitos o de bajo coste para que se puedan sumergir en un nuevo mundo de caballerías virtual que les permita vivir, como Don Quijote, un espejismo al margen de la realidad cotidiana.

Por un lado, las conocidas redes sociales posibilitan a los usuarios aislarse como lo hizo nuestro inmortal caballero con sus libros de caballerías, convirtiéndolos así en nuevos Quijotes, pero teniendo mucho cuidado de no tocar su idealidad para que se queden tranquilitos en casa no sea que se dedicasen a “desfacer agravios”. Nada más levantarse, ojean las noticias en internet, chatean con sus amigos en WhatsApp y enredan en el Facebook. Así, su mente, a lomos del tiempo, va recorriendo el día y la noche, de pantalla en pantalla. Algunos se enganchan de tal manera que pasan las horas sin darse cuenta, y vuelven al mundo real cuando alguien les recuerda que no han tomado las pastillas con el desayuno o que la mesa está puesta. En ocasiones, ese mal se extiende a todos los integrantes de la familia, no hace falta recordar esas comidas en las que se utilizan más los dedos con el móvil que con el pollo.

Por otra parte, para las tardes-noches los programas de corazón han sustituido el cotilleo habitual de los patios de vecindad por otro virtual, y en los que se implican más los televidentes que cuando se discutía por un cántaro de agua en la fuente del pueblo. Asimismo, no se pueden obviar a los numerosos concursos, donde las pérdidas o los premios calan más hondo en el telespectador que en los propios concursantes. Para muchos, la providencia institucional les ha reservado algo especial: el futbol a todas horas. Eso sí, pagando, al haber pasado de un bien de interés general a una necesidad adictiva.

Parece que no pinta bien todo esto. Es más, parece que vamos a peor en relación con lo que nos contaba Cervantes hace más de cuatro siglos en relación con la locura de Don Quiote: “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio”.

Julio F-Sanguino Fernández