DCLM.ES · Castilla-La Mancha · Educación y Cultura
Los tutelares-cocos son una parte de nuestro folclore digna de ser recogida para ponerla en valor y evitar su pérdida. Como olvidar que cuando éramos niños disfrutábamos de un mundo mitológico real propio, que frecuentemente tenía componentes análogos a los del mundo mitológico de nuestros padres.
Martín Sánchez, en su obra “Seres Míticos y Personajes Fantásticos Españoles”, estudia el simbolismo de tres de los asustaniños ibéricos más populares y concluye lo siguiente: el Coco representaría el miedo a lo desconocido; el Hombre del Saco el miedo a ser separado de lo que se ama y del entorno cotidiano y el Sacamantecas el miedo a la muerte, especialmente la violenta.
Padres y abuelos han utilizado de todo para meter miedo a los niños, ya sea de una forma más o menos esporádica o bien con una cierta estabilidad temporal; de forma más localizada o más extendida, pero, sobre todo, buscando alejarnos de riesgos y peligros. A veces el mito fue realidad antes que mito y sirvió para inspirar los personajes locales.
En La Mancha, al igual que en el resto de España, la lista es suficientemente larga por lo que nos centramos en los más conocidos.
El Hombre del Saco. Es un Coco muy extendido en España. En asturiano, Home del Sacu; en valenciano, Home del Sac. La versión murciana es el Tío Saín, Tío del Saco o el Tío Garrampón, estas dos últimas menos frecuentes. Atraían a las criaturas, bien con suave música, bien con su teatrillo ambulante o con cualquier otro medio de distracción. Cuando el pequeño se dejaba convencer y le acompañaba, el malvado lo conducía a un lugar oscuro y apartado donde le retorcía el cuello. Entonces introducía el cuerpo del pequeño en el saco y se lo llevaba.
Era muy fácil para los adultos hacer creer a los niños en este personaje ya que raro era el pueblo por el que no pasaban, de vez en cuando, forasteros cargados con algún fardo. Quizás por eso, por ser diferentes en cada pueblo, no hay unas características concretas y definidas de este personaje y lo único común es el saco en el que se llevaba a los niños desobedientes. El Hombre del Saco o Viejo del Saco es un mito popular aún presente en alguno de nuestros pueblos.
Se le representa como un hombre que vaga por las calles, cuando ya ha anochecido, en busca de niños extraviados para llevárselos en un gran saco a un lugar desconocido. Es similar al Coco e identificable con el Sacamantecas, ya que tiene el mismo origen, y se utiliza como argumento para asustar a los niños pequeños y convencerlos de regresar a casa a una hora temprana.
En La Mancha tiene “aspecto huraño, con un saco a las costillas donde iba metiendo niños”, “tío malo, que a menudo decía ¡qué te meto en el saco! venía comprando pieles y pellejos”, “hombre de mal aspecto, corpulento, que era capaz de meter a los niños en un saco y llevarlos de pueblo en pueblo”. Otra descripción dice que era un hombre de aspecto muy huraño, que llevaba un saco colgando donde metía a los niños que iba encontrando. En Soria hay una canción que hace referencia a este personaje:
“Antón, Antón, no pierdas el son,
porque en La Alameda
dicen que hay un hombrón, con un camisón
que a los niños lleva”.
Un informante de Alamillo afirma: “… lo imaginaba como un hombre muy alto, de mediana edad, calvo, de mirada aterradora, fornido, que llevaba un gran saco al hombro, y en las noches frías se llevaban a los niños que se portaban mal”.
“Cómetelo todo o vendrá el Hombre del Saco”. Son incontables las ocasiones en que habré escuchado esta frase por boca de mi madre. Fui un niño de “poco comer y de mucho imaginar”, al que se consideraba propenso a la locura (te volverás loco como Guerrero, me decían) por mi afición a la lectura.
Carmelo Sánchez es originario de Andújar pero pasó toda su infancia en una gran finca próxima a Fuencaliente. Sus padres le advertían que “no se acercara a extraños porque se lo llevarían en un saco para comérselo”.
Carlos Villar Esparza, recuerda una rara singularidad sobre este personaje en Cózar. Allí, de este individuo diabólico se contaba que, “iba recorriendo los pueblos metiendo a los niños en el saco, pero en este caso, los desdichados zagales que eran metidos en él, desaparecían. Se volvían invisibles… y se convertían en duendes. ¡Ah!… y el saco jamás se llenaba, por muchos niños que el peligroso personaje introdujera dentro”.
En Cataluña adopta formas particulares como la del Caçamentides. Se contaba que cuando las mentiras salían de la boca, adoptaban la forma de un pajarillo. Al encontrarlo el cazador de mentiras se iba con él a buscar al mentiroso, al que cogía con sus dedos metálicos y lo metía en el saco. Cuando tenía suficientes se los comía, ya que necesitaba engullir siete docenas diarias.
El Sacamantecas o Sacaúntos. La leyenda del Sacamantecas es una de esas que ha perdurado en el boca a boca del pueblo llano durante más de un siglo. En nuestros días, esta historia ha quedado como un viejo y apolillado mito, pero, durante décadas, la leyenda del Sacamantecas aterrorizó a los niños y no tan niños de toda España. En gran medida por culpa de los padres que encontraron un filón en ella para mantener a sus hijos a raya, inculcándoles, en lo más hondo de su imaginario, que en el momento menos pensado, un ser monstruoso aparecería para secuestrarlos si permanecían en las calles a horas poco adecuadas o incumpliendo las órdenes de sus progenitores. Incluso se llegó al punto de poder convocar al Sacamantecas a placer, amenazando a los niños con que vendría a llevárselos si no se portaban bien.
También llamado Tío Sacasebos. En Asturias se le llamaba Home del Untu (Hombre de la Manteca) o Probe (pobre) o Probe l’Untu. En Cantabria, Sacaúntos (Sacamantecas). En Badajoz se hablaba del Tío del Sebo. En Valencia es llamado Greixer, Greixet (de greix: grasa), lo Saginero (de sagí: manteca), l’Home de la Sangueta (hombre de la sangrecita, de sang: sangre). En Andalucía es llamado Mantequero.
Si las descripciones de algunos personajes de nuestra mitología popular son inconcretas y difusas... el Sacamantecas está dibujado con toda suerte de detalles. Así nos lo recuerda Villar Esparza: “las mamás y las abuelas lo presentaban como un sindiós de figura maligna, hombre de edad indeterminada, de gran fealdad y con ojos que rebrillaban con el frío lunar. Barba cerrada, de varios días, desastrado en el vestir y llenas de lamparones sus ropas descoloridas. En ocasiones se cubría sus guedejas con un gran sombrero negro de ala ancha, y su punto de joroba con un viejo y raído ropón”... “sujetaba sus remiendos, más que pantalones, con una pita de la que colgaba amenazadora y amenazante hoz o un cuchillo de grandes dimensiones”... “rondador incansable, asomaba por los pueblos a cualquier hora del día o de la noche a la búsqueda y captura de niños que callejeaban o que deambulaban por la raya quiñonera. Sentía especial predilección por los muchachejos hermosotes y de abundante carne”... “siempre pasanteaba, observaba. Siempre aguardaba y desgraciado del mozo que desoyendo los consejos maternos entablaba conversación con él desaparecía del pueblo para siempre jamás”… “porque lo que caracterizaba fundamentalmente al Sacamantecas, a pesar de sus trazas, era la gran y meliflua habilidad que poseía para acercarse a la gente menuda, bien haciéndoles caer bajo el influjo de su palabrería amable y duz, bien engalgándoles con golosinas”.
Fue muy popular la creencia de que el unto humano, en particular el infantil, era un remedio de gran efectividad contra la tisis. Por ello el Sacamantecas vendía la sangre a una muy noble y alta familia de la corte. Hay quién mantiene que el Sacamantecas era un lacayo de la citada familia, cuyo primogénito y heredero estaba enfermo de un misterioso mal y que sólo lograría vencerlo, aconsejada por un perverso curandero, con esta cruenta terapia. Ya noche cerrada y acabado el cuento, más de uno se levantaba sobresaltado por el encuentro imaginario con el temido asustaniños.
Uno de los personajes locales equivalentes al Sacamantecas es el Tío de la Sangre, de quien se dice en Albadalejo que “era un ser cruel y tenebroso que se dedicaba a la degollina de niños solitarios” y en Villanueva de los Infantes que eran “personas que mataban a los niños y les sacaban la sangre para curar la tuberculosis. Entre estas personas hubo una que se llamaba Boni, que era famosa sacando la sangre a los niños… aunque la Boni procedía de Barcelona”. Otro testimonio lo describe: “personaje seco, enjuto, de tez morena y cuchillo”.
En Fuencaliente, una informante describe al Sacamantecas tal como lo imaginaba de niña: “… era un señor vestido al estilo del siglo XVII, con elegante sombrero, que atravesaba las paredes como un fantasma hasta llegar a las habitaciones de los niños”. En Mestanza, según A. V, “… los sacamantecas despiezan a los niños como si fuesen cerdos, para sacarles las mantecas; cuando los niños se acercaban a lugares peligrosos, especialmente el río Montoro, era probable que los atraparan los sacamantecas”.
Cuenta A. C: “… en Alamillo, cuando yo era niño e íbamos a coger ranas al río Alcudia, cerca de la estación del tren, siempre nos avisaban los mayores, y entre nosotros, tened cuidado con el Sacamantecas, lo que nos sumía, a mí por lo menos, en el terror. Siempre estábamos pendientes de su próxima aparición, cosa que, claro, nunca sucedía. Todavía pronuncio su nombre con respeto, por no decir, con miedo”.
En Agudo, según recuerda Pedro R.: “la estrella entre los asustaniños eran el Tío del Saco y el Tío del Sebo. Recuerdo que yo no sabía qué era eso del sebo. Los identificaba con un viejo con gorra que iba con un saco vendiendo cosas para la casa”.
Según A. Leal, de Daimiel, su abuela decía a su padre “no vayas solo a la ermita, que te coge el Sacamantecas y te mete en un saco”.
El personaje, al igual que el Hombre del Saco, tiene su origen en hechos históricos: sujetos que asesinaban a personas para extraer manteca, cosa que ocurrió en tiempos de la Inquisición y aún hasta bien entrado el siglo XX. Estos crímenes se narraban en las coplas de ciego. Se asustaba a los niños con ellos para evitar que se acercasen a desconocidos.
El Sacamantecas fundamenta su poder en hechos reales que el pueblo mitifica y dramatiza hasta convertirlo en un celebrado y terrorífico monstruo. Gerald Brenan lo encontró y describió en su retiro alpujarreño de Yegen: “en Andalucía, el Mantequero (Sacamantecas) es un monstruo feroz, formado externamente como un hombre normal, que vive en deshabitados parajes salvajes y se alimenta de grasa humana o manteca”.
El Tío del Sebo. Otro asustaniños equiparable al Sacamantecas, era en Villanueva de los Infantes: “tío feo, muy oscuro, con el que se asustaba a los niños”, “borracho, mal fachado de vestimenta. Sacaba el sebo a los niños”. También se le describe como un hombre de gran peso y muy voluminoso. Tenía la peligrosa particularidad de que podía aparecer en las habitaciones de los niños desobedientes.
El Cortasebos. Equiparable al Sacamantecas y típico de la comarca de Cabañeros. Los informantes R. González y J. M. Pérez lo describen así: “era el fantasma de un pastor que no tenía hijos y se llevaba a los niños. Salía a las 12 de la noche, que era la hora en la que salían los espíritus”.
El Tío Camuñas, Camuñas. Este Coco ibérico tiene su origen en un famoso guerrillero nacido en Camuñas (Toledo), Francisco Sánchez Fernández “Francisquete”, también llamado “el Tío Camuñas” (1762). Se hizo guerrillero para vengar la muerte de su hermano, muerto en la horca por los franceses, que no habían cumplido su promesa de respetarle la vida y la libertad a cambio de su rendición. Llegó a mandar doscientos guerrilleros, que se ocupaban en hostigar a las patrullas francesas interrumpiendo las comunicaciones entre Madrid y Andalucía. Fue capturado y fusilado el 15 de octubre de 1811.
Es un personaje muy conocido, con características semejantes a las de los ogros, que en algunos lugares vive escondido en el desván o en el tejado y se lleva a los niños para comérselos. En Cataluña es identificado en ocasiones con un animal de largos dientes y boca grande con la que engullía a los críos; otras, al igual que en el Pirineo de Huesca, con un diablo. Quizás sea, junto al Tío del Saco, el asustaniños más popular, pues sus infamias son conocidas en toda la geografía española.
En uno de los penitenciales alemanes del año 1000, el de Burchard, obispo de Worns, se recoge la siguiente afirmación: “cualquier hombre en el día de su nacimiento y gracias al poder otorgado por las tres míticas parcas, podía transformarse a voluntad en un Camuñas”. Desgraciadamente no se facilitan más noticias sobre su figura y acciones.
En Alcudia-Sierra Madrona se dice que “vive en los tejados o desvanes, de los que baja para llevarse críos y crías”. En algunos pueblos de La Mancha, se decía “pareces el Tío Camuñas” para llamar a alguien desaseado y astroso. En los Montes de Toledo se asusta a los niños con la frase “que te lleva Camuñas”.
Carlos Villar Esparza aporta los siguientes testimonios: en Villanueva de los Infantes es imaginado como un: “hombre con forma de diablo, con nariz y uñas muy largas y ojos brillantes”... “hombre de aspecto horrible, manos huesudas y alargadas” ... “hombre con forma de diablo, aspecto demoníaco, tenía mando y poder para asustar a las personas”.
En Torre de Juan Abad alguna abuela lo asemejaba “a un monstruoso animal de formas imprecisas, de gran tamaño, largas guedejas, con descomunales dientes de lobo y pavorosas uñas”. Un colaborador de Almedina, recuerda como su abuela se lo mentaba con “figura de ogro repelente que entraba, sin llamar, en los hogares, para llevarse a los niños cansinos y obstinados, para devorarlos en su ignorado cubil”.
El Coco. Son seres que asustan a los niños pero que no adoptan una forma definida. Grandes y negros, infunden pavor en los corazones infantiles desde sus primeras nanas. Nos han cantado y hemos cantado a nuestros hijos la nana que sigue: “duérmete, niño, que viene el Coco y se lleva a los niños que duermen poco”.
Antón de Montoro dice en su Cancionero (1445): “... tanto me dieron de poco que de puro miedo temo, como los niños de cuna que les dicen ¡cata el Coco!”.
Gonzalo Fernández de Oviedo, en su obra Sumario de la Natural y General Historia de las Indias (1526), hace derivar el nombre del coco, fruto tropical, del conocido asustaniños hispano: “el nombre de coco se les dixo porque aquel lugar por donde está asida en el árvol aquesta fructa, quitado el peçón, dexa allí un hoyo, y encima de aquél tiene otros dos hoyos naturalmente, e todos tres, vienen a hazerse como un jesto o figura de un monillo que coca, e por esso se dixo coco”. También aparece en la obra de Cervantes: “tuvo a todo el mundo en poco; / fue el espantajo y el Coco / del mundo, en tal coyuntura, / que acreditó su ventura/morir cuerdo y vivir loco”.
Sebastián de Covarrubias, en Tesoro de la Lengua Castellana (1611), da la siguiente etimología: “Coco: en lenguaje de los niños, vale figura que causa espanto y ninguna tanto como las que están a lo oscuro o muestran color negro, de Cus, nombre propio de Can, que reinó en Etiopía, tierra de negros”.
Su figura era utilizada para asustar a quienes no se querían ir a la cama, o a los niños de poco comer. El mito del Coco está extendido por toda la península y adopta formas particulares en distintos territorios, tal es el caso de Asturias (Bu, Caparrucia), Andalucía (Bute), Cataluña (Basarda, Papú), Murcia (Tío Saín), Baleares (Buboita)... En algunas de las respuestas obtenidas en Villanueva de los Infantes por Carlos Villar Esparza, es retratado como: “hombre de aspecto pavoroso, encorvado de boca grande y pómulos prominentes, huesudo y ancho”, “hombre con aspecto de mono”, “hombrón de trazas pavorosas con el que se asustaba a los niños”.
En Torre de Juan Abad se decía de él, que era: “otro fantasmón que era el terror de los niños”. Se sabe de la debilidad del “Coco”: devorar con fruición de sibarita a los muchachillos que no llegaban a dormirse.
En Puertollano es “un monstruo de enorme tamaño, de grandes y afilados dientes y con garras muy afiladas que se lleva a los niños que no duermen…”. R. Pérez lo identificaba con “una especia de murciélago de gran tamaño que entraba volando por la ventana y te llevaba prendido entre sus garras”.
El “Coco” fue muy celebrado en las nanas maternas: “Duérmete niño/que viene el Coco/y se come a los niños/que duermen poco”. “Duérmete niño/que viene el Coco/y se lleva a los niños/que duermen poco”. “Duérmete niño/duérmete ya/porque a los niños que duermen poco/ viene el Coco/y se los llevará”. “Arrorró, mi niño duerme,/arrorró, que viene el Coco,/y se lleva enseguidita/ al niño que duerme poco”.
El Lobo, la Loba. Uno de los asustaniños más antiguos y corpóreos es el Lobo, temido por grandes y chicos en todos los pueblos de cultura románica. Se piensa, por ejemplo, que la famosa Loba Capitolina, símbolo de Roma, era en origen una estatua colocada como guardián del umbral de una tumba etrusca. Los latinos tenían la creencia de que si un lobo te mira antes de que tú lo veas, te deja mudo. Así, por ejemplo, leemos en Virgilio, Bucólica IX, 53-4: “vox quoque Moerin iam fugit ipsa: lupi Moerin uidere priores”. A Meris le huye hasta la voz: le vieron a Meris los lobos primero”.
En Fuencaliente encontramos aún viva, aunque en comprensible retroceso, la tradición referente a este animal temible, P. Ruiz, un joven del pueblo, dice sobre este animal que “esto lo decían para que no se durmiesen cuando guardaban el ganado y estuvieran atentos; otras veces, se asustaban entre ellos y luego les daba miedo ir a casa”.
Según García Lorca, la Loba era asustaniños en las nanas de Castilla. En Olmeda del Rey (Cuenca), hemos localizado la siguiente nana: “A dormir que viene el Lobo, y si no, viene la Loba, preguntando de casa en casa, cuál es el niño que llora”.
Aún recuerdo como a principios de los años sesenta, los lobos se adueñaban de las calles de mi pueblo (Belvis) al caer la noche. Escuchar sus aullidos y saber que estaban prácticamente en la puerta de tu casa producía mucho más que miedo, mis hermanos y yo teníamos verdadero pavor al lobo… “los imaginábamos como un animal negro, de gran tamaño, con una gran bocaza llena de dientes enormes y unas patas terminadas en grandes garras”... “recuerdo como una madrugada, sobre las cinco de la mañana, tuve que recorrer con mi madre el camino desde Belvis hasta El Pardillo, alrededor de seis kilómetros, y el aullido de los lobos, puede que también alguno de ellos, nos acompañó todo el camino. En aquellos años, la viajera no tenía parada en Belvis y había que caminar hasta El Pardillo para poder viajar a Puertollano”... “estas son algunas experiencias personales vividas en primera persona. Ahora soy firme defensor de su existencia”.
El Tío la Uña. Fue otro asustaniños de fiera presencia y “aspecto seco, enjuto, manos largas y sucias”. En Villanueva de los Infantes afirman que se le podía descubrir “escondido en zonas de fiesta y celebraciones”. “arrastraba a los niños malos hasta su cubil, para darles muerte”.
Los Peregrinos. Eran hombres desarrapados, con cayado y sombrero calado, barbas largas, entre las que aparecían brillantes ojos y tez morena. Sobrecogían a los niños, entre los que pronto se pasaba la voz si aparecía uno en cualquier lugar de paso. Este mito está presente en municipios del Campo de Montiel, Campo de Calatrava y Comarca de los Montes.
El Cancón. Es un Coco hispano presente también en La Mancha, protagonista de esta nana “duérmete, niño chiquito,/ mira que viene el Cancón,/preguntando en cada casa,/ dónde está el niño llorón”.
El Carlanco. Según Fernán Caballero, “pertenece a la familia de los pavorosos y fantásticos monstruos del Cancón, del Bu y del Coco”. El mismo autor recoge dos cuentos que son variantes de las siete cabritillas y el lobo, En un cuento el Carlanco amenaza a tres chivitas: “¡abrid, que soy el Carlanco!/ que montes y peñas arranco”. En otra versión, tres ovejitas construyen una casa de hierba; cuando está terminada, la mayor deja a las otras fuera, la segunda hace otra casa y echa a la pequeña; un albañil recoge a la pequeña y le fabrica una casa de materiales fuertes. El Carlanco llega y destruye las casas de hierba, y cuando intenta destruir la de la ovejita pequeña, se clava las púas y muere: “abre la puerta al Carlanco,/si no te mato./La ovejita contestó:/–ábrela, guapo”.
El Coche de la Sangre. Este mito está estrechamente ligado a los chupasangres, Sacamantecas y el Tío del Saco. En la España de principios del siglo XX se hablaba del Coche de la Sangre, un coche fúnebre conducido por una mujer o por un hombre que se llevaba a los niños y les sacaba la sangre a la vista de los familiares, quienes presenciaban impotentes la escena a través de las ventanillas.
Según T. Moreno de Puertollano: “mis padres de niños tenían autentico terror, cuando igual se iban al descampado siempre les decían no os alejéis mucho que viene el coche de la sangre y os lleva”.
El Fraile Botilingo. Según C. Castro de Manzanares, “... es una cosa que usaba mi abuela para asustarme y no tengo ni idea de donde lo había sacado”. Decía más o menos: “soy el Fraile Botilingo/sin capilla ni cordón/si cruzas esta raya/te como de un tragón”. “La última frase se decía gritando y haciendo aspavientos, y os juro que yo me cagaba de miedo”.
El Fraile del Capuchón. Coco de los Montes de Toledo, donde se cantaba: “duérmete niño/porque en la alacena/hay un fraile con un capuchón/con barbas de hurón/que a los niños lleva”.
El Gitano Señorito. A. Ríos de Brazatortas, nos cuenta que en su casa la asustaban con el Gitano Señorito, que venía a equivaler al Hombre del Saco y el Sacamantecas.
Matusalén. Federico García Lorca le da el papel de coco en una de sus canciones: “Berceuse a Rafael cuando/se vuelva otra vez niño/¡Rafael!/¡a cerrar ya mismo los ojos!/¡que viene Matusalén!/¡ay qué barba tan espesa!/aquí no viene, descuida./ Yo le diré que se coma/al niño de la vecina./Luego serás un mandor/grande de marinería./¡Matusalén, puedes irte!/¡no te asustes! ¡mira, mira!/Adolfito Salazar/saludaba a su abuelita/agitando los visillos/de encajes y sedalina./¡Pero vamos! ¿te desvelas?/adormidera amarilla/te daré mañana mismo./¿Ahora quieres tu barquita?/¡Rafael!/¡a cerrar ya mismo los ojos!/¡venga usted, Matusalén!” (García Lorca). La permeabilidad de las fronteras entre Andalucía y Castilla La Mancha nos ha permitido localizar este personaje en varios pueblos de Sierra Madrona.
El Monstruo de Debajo de la Cama. Coco hispano a quien los informantes R. González y J. M. Pérez describen como “un monstruo imaginario que salía en la oscuridad. Esta invención fue debida a que los niños por las noches se levantaban de la cama. Entonces, este monstruo les comía los pies”.
Papón, Papudu, Papao, Papu. Son un grupo de asustaniños peninsulares emparentados entre sí que, en nuestra opinión, podrían tener relación con otros tantos del ámbito del mediterráneo occidental (Francia, Italia): Babau, Barabio, Barabao, Barbaricciu, Bobboi, etc.
En las tradiciones folklóricas peninsulares, el Papón “es un ser fantástico que la creencia popular supone gigantesco... es un hombre siniestro, grande y barrigón, con una gran papada en la que se decía que llevaba a los niños traviesos y llorones que no duermen, y se los comía tragándolos sin masticarlos”.
Según A. Peña, se solía identificar con alguna persona marginal del pueblo o algún mendigo afectado de bocio, enfermedad muy extendida en la España del hambre. Las madres que quieren atemorizar a sus hijos pequeños cuando lloran o se resisten a dormir, suelen decirles: “que viene el Papón, que te coge o que te come el Papón”... “calla, niño; calla, niño; mira que viene el Papón, y que viene preguntando dónde está el niño llorón”.
Pedro Botero. Según C. Acevedo, informante de Consuegra (Toledo), para que los niños se fuesen a la cama, les recitaban o cantaban, según la ocasión, algo así como: “Niños que viene Pedro Botero / con las uñas afiladas / esperando que lleguéis / para haceros mil tajadas”.
El Pelojancanu. Gigantesco ogro ciclópeo de los Montes de Toledo en su vertiente extremeña, posiblemente emparentado con la Ojancana de Piedrabuena. Se utiliza como Coco, pues se dice que se lleva a los niños a su cueva para comérselos.
El Entiznao. Ser gigantesco perteneciente a la familia de los nubleros y regulares, con poderes sobre el clima y utilizado como asustaniños en algunos pueblos del oeste de la provincia de Ciudad Real. A. Ortiz recordaba que su abuela le decía que “los entiznaos aprovechaban los días de tormenta para llevarse a los niños”.
El Río. En las comarcas serranas del norte y el sur de Ciudad Real, era frecuente acudir a la ayuda de los ríos, riachuelos o arroyos, para amenazar a los chiquillos que “si se acercaban demasiado, los seres malignos que viven en ellos vendrían a buscarlos por la noche y se los llevarían para devorarlos después de que murieran ahogados”. En realidad era una forma de prevenir ahogamientos.
El Mangango. Asustaniños del que solo tenemos referencias en Granátula de Calatrava. Podría estar emparentado con el Bu peninsular o el Bute Maramango andaluz. No nos ha sido posible obtener ninguna descripción de este personaje.
De menos categoría son el Tío Nazario, confundido ocasionalmente con el Tío Cesáreo, con quien compartía cualidades de asustaniños. En Torre de Juan Abad se le describía como “anciano de corta estatura, achaparrado, cara simpática y ojillos traviesos”. “Vestido con largo blusón negro, pantalón de pana y calzado con grandes abarcas”. “Cubría su cabeza con la “boina” manchega y en sus manos llevaba un grueso cayado o una larga vara de gavilanes”. “Solía aparecer bajando por las cadenas de las cuales colgaban los calderos en las chimeneas”. “Siempre acudía solícito y servicial a la llamada de las mamás o abuelas que intimidaban a los niños revoltosos “ya viene el Tío Nazario bajando por las cadenas”. Aseguran que los niños al oír el ruido de las cadenas callaban de inmediato. Eso sí, los niños oían el tintinear de los eslabones de hierro, pero no veían al abuelete que gozaba del privilegio de la invisibilidad a los ojos infantiles. Salvo agitar las cadenas, al tío Nazario no se le conocía otra actividad intimidatoria.
El Moro Muza. Pocas leyendas tan conocidas y que tanto marcaron un país como la leyenda de Don Rodrigo, el último rey visigodo, Florinda la Cava y el Moro Muza.
Cuenta la leyenda que Don Julián, Conde de Ceuta, envía a su hija Florinda, llamada por los árabes la Cava, a la Corte de Toledo para ser educada. Por aquella época, el rey visigodo Don Rodrigo, que sería el último de su dinastía, padecía la incómoda enfermedad de la sarna, y fue la bella Florinda la elegida para limpiarle las heridas con un delicado alfiler de oro.
Don Rodrigo, ante los delicados cuidados de la doncella, se fue fijando en ella, y llegó un momento en que quísola poseer, pero no en matrimonio. Como el sarnoso rey no atraía a la joven, guiado por la lascivia, viola a la desdichada Florinda.
Pero la Cava era mujer de recursos, y tras la consumación del acto, envía a su padre una serie de regalos entre los que coloca hábilmente un huevo podrido. Debían tener un lenguaje secreto o entenderse a la perfección, porque Don Julián, al recibirlo, en lugar de pensar que el huevo se ha estropeado en el largo camino, comprende inmediatamente lo que ha pasado.
Viaja a Toledo a reclamar a su hija, pero para no levantar sospechas afirma que debe llevarse a Florinda con él, ya que su mujer está terriblemente enferma y sólo la visión de la muchacha puede hacer que recobre la salud. Don Rodrigo no desconfía y entrega la chica a su padre. Don Julián regresa a Ceuta y ofendido por lo que su hija le cuenta entabla conversaciones con Musa (el famoso Moro Muza) para desembarcar en la Península Ibérica. Lo demás es historia.
Y de la historia ha derivado el mito de un moro malvado que secuestra y mata a quienes caminan solos de noche o por lugares solitarios, especialmente si son niños o adolescentes. Tras la guerra civil, el mito cobró fuerza en nuestros pueblos por la presencia de soldados moros en el ejército franquista.
Los Mengues. Aunque este tutelar es propio de la región murciana, algunos informantes de Puertollano recuerdan que en su familia era habitual advertirles de que no se retrasaran al anochecer porque les podían coger los mengues.
Marcel Félix de San Andrés Sánchez
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