Goya, atónito

Después de la última gala de los Goya, parece que ha llegado el momento de abordar una profunda reflexión sobre la situación de la cultura en nuestro país. El primer problema es encontrar a las personas o los grupos que realicen un diagnóstico que parece lo más sencillo, e intenten luego sembrar las semillas que en un futuro puedan hacernos sentir orgullo en vez de vergüenza por puestas en escenas como la que vivimos en la noche del sábado.

España perdió casi por completo la brújula de la cultura durante los años de la dictadura. No hay más que ver el teatro, el cine o la música que se desarrollaba en otros países para llorar por el atraso en que fuimos enterrados. Cualquier atisbo de creatividad era censurado y sus autores destruidos o a salvo, pero en el exilio.

Con la llegada de la democracia, parecía que estábamos recuperando el tiempo perdido. Nos sentimos con fuerza para expresarnos de nuevo, salir de las sombras de la caverna. Descubrimos entonces para qué sirve también la libertad de expresión, el despertar del conocimiento, el ansia de mostrarnos y de unir esfuerzos en el descubrimiento de mundos perdidos durante demasiado tiempo.

Pero, en los últimos años, nos encontramos otra vez con una falta de estética y de discurso que resulta preocupante e incluso humillante: ¿Dónde está nuestra creatividad? ¿Por qué estamos sometidos a una tortura como la que sufrimos en la supuesta gala de los Goya? ¿Cual es la imagen que nos regalamos y entregamos al resto del mundo?

Sin entrar en su falta de estética, el espectáculo supremo de nuestro cine parecía más una reunión en un local de amigos que la puesta en escena deslumbrante de unos premios de su categoría, capaz mostrar la suma de inteligencia, belleza y lucidez, todo lo que brilló precisamente por su ausencia.

Seguramente mucha culpa de todo esto la tenga el gobierno del Partido Popular y sus familias que encuentran en la cultura el lugar más idóneo para colocar a parientes y a personas sin la formación y el espíritu necesario para abrirnos paso y situarnos en la vanguardia de la estética. Claro que, en ese caso, no pertenecerían a un partido que representa todo lo contrario.

Y todo ello sin mencionar la patochada de la reivindicación de las mujeres, una broma de mal gusto que avergonzaría también a las feministas que de verdad trabajan para dar a quienes lo merecen su verdadero lugar en nuestro mundo. Los corsés estéticos ahogan la creatividad.

Toda la gala resultó patética, los presentadores dubitativos, abusando de palabras malsonantes para intentar suplir así su falta de gracia, de inteligencia y de luz. Todo un sinsentido que avergonzó a los que pensamos que el ser humano es capaz de cosas brillantes.

El espíritu de Don Francisco sobrevoló atónito la sala, ideando sobre su exilio terrenal elaborar una nueva versión de sus pinturas negras.

elObservadorDCLM