Y si no tienes un máster, ¿eres un don nadie?

¿Usted, querido lector, todavía no ha adornado su currículo con un máster? Pues será uno de los pocos, porque ahora estamos cayendo en la cuenta de que tener uno de ellos es como disponer del salvoconducto para presentarse en sociedad como debe ser, como persona lista, capaz, aplicada y notoria. Lo que antes llamábamos titulitis ahora se apellida masteritis. O sea, el culmen de la estulticia y la hipocresía de los meritorios. Tener un máster es tanto como tener apellidos, es lo que viene a decir la retahíla de sospechas que se ha sembrado a raíz del caso Cifuentes. Y la necesidad de que adorne nuestra trayectoria académica, la droga de la que no nos desenganchamos por si un acaso.

Tengo amigos que tienen máster, unos sudados con horas de estudio, asistencias a clase y exámenes y otros comprados literalmente. Mis amigos me confiesan que los últimos los meten en el currículo de relleno, para que se vea que son gente aplicada. Ponen su perfil en la red Linkedin y presumen de ser más listos que dios, ocultando a la realidad que la inteligencia no se aprueba, se tiene o no, como el valor.

A alguno de mis amigos le ha servido tener máster lo mismo que le serviría a usted subir un juego de petanca a la cima del Everest. Los obtuvieron por la vía legal y la ilegal y ahí están, sin molestar pero rellenando. Es más, uno de ellos me ha confesado que el susodicho máster le ha traído algún que otro quebradero de cabeza. ¿La razón? Pues que en entrevistas de trabajo le preguntaban por esos conocimientos tan específicos y se las veía canutas para explicarse. Es lo que tiene aparentar cuando has colado méritos que no tienes, que tarde o temprano te desnudan y entonces surge el conflicto: se dan cuenta de que eres un petimetre impostor y un gilipollas integral.

Somos mayoría los que no tienen máster ni falta que ha hecho. También les informo que nunca pasó por mi cabeza aparentar más de la cuenta porque siempre creí que si pones el foco encima de ti es posible que te deslumbre y te lleve a escribir renglones torcidos. Pero también es cierto que entiendo que haya gentes que, apoyados en orígenes humildes, quieran hacer verle al mundo que se han superado y han alcanzado la notoriedad por lo relistos que son. Lo comprendo y allá ellos con su falta de personalidad.

En el bachillerato que cursé en la academia Albacetense de don José Gaude, que en gloria esté, nos hicieron un test psicológico a los alumnos. Les resumo, el psicólogo vino a decir lo siguiente: existen cuatro clases de alumnos, los gandules que son brillantes, los inteligentes, los listos y los tuercebotas (no fue este el adjetivo que usó pero lo traduzco para que no resulte tan fuerte), denominación ambigua para definir a los que los libros les dan dolor de cabeza. Resultó que la mayoría de los compañeros fuimos clasificados en el único apartado que no se puede medir por medio de test psicológico (eso nos salvó), en el tercero, que yo denominaría aplicados en la asignatura de sobrevivir sin que los demás se den cuenta de tus deficiencias.

Ninguno de estos amigos hizo máster que les adornara más de la cuenta, pero la mayoría han destacado en el mundo de la ciencia, la medicina, la literatura, las artes y más actividades. Concluyo: ¿Por qué la necesidad del ser humano de aparentar?

Ni me lo explico ni creo que haya razones que justifiquen tanta impostura y tanta mentira. Y así pasa, que dices que eres “máster en enderezar tabiques”, pongo por caso, y cuando te piden que lo demuestres se te cae encima el tinglado.

Miguel Nieto/periodista.