La mentira

Pueden existir muchos matices pero verdad solo hay una. A veces se abre paso y otras la esconden, pasa el tiempo y la mentira se olvida.

Los políticos son servidores públicos aunque a menudo parezca lo contrario, que los ciudadanos somos servidores de los intocables políticos.  Deben ser respetados, deben los políticos ganarse el respeto y demostrar en cada momento un comportamiento intachable.

A principios de este año, un ministro británico, Lord Bates, presentó su dimisión inmediata por llegar unos minutos tarde a su escaño y no poder responder a una pregunta parlamentaria: “Estoy completamente avergonzado –dijo- de no haber estado en mi lugar. Por lo tanto, ofrezco mi renuncia”.

El comportamiento de un político en quien los ciudadanos hemos depositado nuestra confianza debe ser ejemplar, mucho más estricto que el del resto de los ciudadanos.

Y, sin embargo, en nuestro país sucede lo contrario. Ya que no existe dignidad, el pecado de la mentira debería incluirse en la Constitución como motivo de inmediata renuncia para un político, las leyes deben recoger lo que no entiende una voluntad vaga, interesada y torcida. La mentira añade gravedad a la culpa y convierte a quien la profiere en una persona sin fiabilidad, del mismo modo que se la resta al partido político en el que milita.

En España, Lord Bates se habría hecho el despistado y luego habría asegurado que él no había llegado tarde, que habían sido los demás quienes llegaron demasiado pronto. Y cosas por el estilo.

elObservadorDCLM