El canto de los jilgueros / Copris

En la soledad de los días, en el monótono ruido del televisor del salón comunal que nadie ve, aunque todo el día está encendido y todos nos sentamos enfrente suyo, en el sillón de terciopelo azul, casi igual de gastado por el tiempo que yo mismo y, en el que si tengo suerte, me siento en el lado izquierdo y estiro un poco el cuello, puedo ver a través de la ventana las ramas de un hermoso Níspero con sus grandes hojas, que me traen recuerdos del pueblo, de cuando chico, dejo pasar el tiempo, lento, denso, mortecino.

Miro el reloj que me regaló mi hijo cuando me jubilé, parece que hace ya tantos años. Aún funciona perfectamente. Las dos, habrá que comer. En un par de minutos una de las enfermeras entrará en el Salón y nos despertará de la bruma que nos envuelve.

Mírala, ahí está. La verdad es que es una chica muy mona, pero como siempre va con esa cara de pena y sin pintar ni nada. Creo que este trabajo no le gusta, claro, que a quién le va a gustar, todo el día con viejos y ella con veintitantos años, limpiando todo el día porquerías, quitando babas y poniendo pañales...Jesús, en que nos convertimos, en niños torpes y con arrugas.

-Venga señores ¡A comer!

Nadie contesta, ni tan siquiera yo, eso sí, la miro y sonrío.

Ella cruza su mirada, que se entrelaza con la mía, aunque no me dice nada.

-Vamos, que hoy tienen ustedes paella. Ande, don Tomás, déjeme que le ayude, ya sabe que no se puede levantar solo; por Dios, Doña Mercedes, se ha hecho usted pis encima y ya van dos veces hoy; por favor Julio –vaya, se ha referido a mí y no me ha puesto el "Don" por delante, eso es buena señal- ¿Le importa llevar a Don Tomás al comedor y sentarle en su mesa, mientras yo limpio y cambio a Doña Mercedes?

-No hija no, en absoluto -son las primeras palabras que pronuncio en voz alta en todo el día, ya empezaba a pensar que era mudo o tal vez invisible-, tú no te preocupes que ya le llevo yo.

-Es usted un encanto de hombre Julio –me dice-, gracias.

Ahora sí que ha sonreído, y yo con ella.

Me levanto ayudado de un bastón de mi amigo el sillón.

En la rama del níspero se ha posado un nervioso jilguero, con su carita roja y su antifaz negro que le hace parecer siempre enfadado, pero que yo sé que no es así. El jilguero es el pájaro que mejores y más bellas historias cuenta con su canto rápido y alegre, sólo hay que saber entenderlo, como yo lo hago y saludarle siempre.

-¡Hola! –le digo-

El mueve su cabeza rápidamente y me cuenta que los romeros del parque ya han florecido.

-Vamos Tomás, hala vamos a comer.

Tomás no dice nada, sólo se deja coger. Tiene la mirada puesta desde hace rato en un pequeño espejo con forma de sol que está encima de un aparador lleno de periódicos y revistas pasadas. Está mirando su propio reflejo sorprendido.

-¿Quién es ése que hace lo que yo hago y quién eres tú?

-Somos reflejos amigo, reflejos.

Entramos en el comedor y le siento en su silla, no dice nada.

Me doy la vuelta, y voy hacia mi mesa. Los platos de paella ya están servidos, se van a enfriar. En mi mesa comíamos tres, ahora sólo estoy yo.

-Julio -escucho de la voz de Tomás-.

-¿Tú sabes que el jilguero es el pájaro que mejores y mas bellas historias cuenta? ¿Que sólo hay que saber entenderlo, como yo lo hago y saludarle siempre? Hoy sentado en el sillón, escuché el canto de uno de ellos. Decía que los romeros del parque ya habían florecido.

Después volvió a entrar en su eterno silencio de noche.

Me acerqué a él y le abracé con todas mis fuerzas.

-¿Quién eres?.....

Afuera, donde el romero florece, el sol brilla con más fuerza que nunca.

Copris