La "semilla" de Carmen Alborch / Paloma Moratilla

Decir Carmen Alborch es hablar de rebeldía, alegría, optimismo, color y lucha. Es mostrar un libro abierto que enseñó a las mujeres de este país a reivindicar, a protestar por la "brecha salarial", por las "cotas de poder", por la representatividad en la política y en las instituciones. Y no eran solo palabras, sino ejemplos. Consiguió ser la primera mujer decana de la Universidad de Valencia, senadora, concejala, diputada e incluso ministra. Pudo ser alcaldesa de Valencia, pero le ganó el título Rita Barberá.

Tras su espléndida gestión en el Gobierno de Felipe González, pudimos comprobar las diferencias cuando José María Aznar anuló su nombramiento para ser sustituida por Esperanza Aguirre marcando entonces las luces y las sombras de la Cultura. 

Quienes tenemos una edad, sabemos de qué hablamos, pero para quienes no la conocieron basta una revisión a los títulos de sus libros para conocer la profundidad de una mujer que dedicó su vida a luchar por la igualdad. "Solas: Gozos y sombras de una manera de vivir", "Malas: Rivalidades y complicidad entre mujeres", "Libres: Ciudadanas del mundo", "La ciudad y la vida" y "Los placeres de la Edad". Hasta los últimos minutos de su existencia siguió tomando notas para su último libro que habla sobre la alegría de vivir. 

Son muchas las veces que la hemos visto reír y hablar, pero si hay un eco que permanecerá en nuestros oídos, será el de sus últimas palabras en un acto público el pasado 9 de octubre: "El feminismo ha mejorado la calidad de vida de todos los ciudadanos y por ello debería ser declarado patrimonio inmaterial de la humanidad", porque hasta sus últimos días mantuvo ese discurso igualitario que trataba de colocar en un mismo nivel a todos los ciudadanos del mundo. Convencida de su ideología, sus creencias y su color "Es imprescindible la lucha y la esperanza" por un mundo mejor y más igualitario. Es necesario "que se abran más espacios para las mujeres y para los hombres cómplices". 

Se fue una socialista empedernida, pero dejó una cantidad ingente de semillas plantadas para conseguir un espacio de igualdad.  

Paloma Moratilla